Capítulo doce: Será nuestro secreto.

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Leila.

Se paseaba por los corredores de aquella gris y oscura casa, sus tíos parecían estar dormidos y eso le alivió. Entró sigilosamente y se deslizó hasta su cuarto dispuesta a descansar, se había escabullido a mitad de la tercera etapa lunar para intentar cazar a un tenebri por si sola sin mucho éxito, ni siquiera había visto un tenebri esa noche. Entró a su habitación sin hacer mucho ruido para evitar despertar a alguien pero casi se muere del susto cuando alguien encendió la luz. Su tío estaba sentado en la cama junto al pequeño cristal solar que hacía de lámpara nocturna, en sus manos tenía un bastón de metal.

—Es tarde, ¿a dónde fuiste? —le preguntó aquel hombre con una rabia oculta tras su mirada.

Leila se mantuvo firme, tragó saliva disimuladamente y le sostuvo la mirada tratando de ocultar el miedo que sentía.

—Estaba entrenando... De cacería. —respondió la chica tratando de ocultar el temblor de su voz. Su corazón palpitaba tan rápido que amenazaba con escapar corriendo de su pecho.

Su tío se levantó y la tomó del pelo bruscamente arrojándola a la cama para luego comenzar a golpear su espalda una y otra vez con el bastón de metal. El castigo era demasiado para la pequeña Leila de trece años... Pero no era la primera vez que le ocurría algo así. La escena había cambiado y esta vez esa pequeña y frágil niña lloraba frente al espejo cuando el reflejo de una Leila mayor apareció sonriendo de manera psicótica.

—Acaba con ellos... Sé el monstruo que cree que eres. ­—dijo el doble siniestro de la niña la cual no tardó en obedecer y rompió el espejo con su puño provocando varios cortes para luego tomar un trozo de cristal afilado y subir hasta la habitación de sus tíos.

La niña empujó la puerta y se acercó lentamente a ellos decidida a dar la puñalada de venganza a aquellos que tanto la habían dañado, a aquellos que le arrebataron su inocencia pero cuando estuvo cerca un fuerte golpe en la nuca la desorientó. La niña cayó sentada al suelo para luego ver como un militar de Xion comenzaba a patearla e invitaba a su hijo a tomar posesión de ella, Leila dio un gran grito de ayuda y despertó. Al abrir los ojos, frente a ella estaba Gixie observándola con un rostro de preocupación, Leila se sonrojó al ver al mayor vigilándola.

— ¿Que tú no estabas en un coma? —Dijo la chica elevando una ceja mientras trataba de recuperarse de la reciente pesadilla— de seguro fue una excusa para no ir al trabajo.

— ¿Cómo demonios quieres que esté en un coma tranquilo si lo único que hago es escuchar tus pesadillas? —Respondió Gixie con tono burlón— ¿Te encuentras bien?

Leila asintió, la verdad es que no se encontraba bien. Las pesadillas acerca de su pasado eran cada vez mayores y no podía deshacerse de aquellas imágenes al despertar. La hora de su venganza estaba cerca y lo sabía, sus sueños solo se lo estaban recordando.

— ¿Cuánto tiempo estuve dormido? —preguntó Gixie en un intento de romper el incómodo silencio.

—Una semana, entraste en un coma causado por un colapso nervioso. Estuve montando guardia toda la semana para vigilarte —respondió la chica y volvió a sonrojarse al darse cuenta de su confesión—, n... no vayas a pensar que lo hice por ti, necesitaba dinero extra.

—Johnson, ¿sabes que a las enfermeras voluntarias no les pagan verdad? —Gixie rió ante el nuevo sonrojo de la chica y se levantó cambiándose de ropa sin importarle que Leila estaba en frente.

La chica desvió la mirada pero por un segundo volteó a ver al mayor. De seguro hacía mucho ejercicio, sus abdominales marcados y sus fuertes brazos delataban ese hecho.

— ¿Qué miras pervertida? —dijo Gixie sin devolverle la mirada pero Leila pudo jurar que se estaba riendo.

—Deberías descansar, te acabas de despertar. —respondió Leila cambiando el tema.

Guerreros de Xión: La llave de SalomónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora