Capítulo cuatro: Un aura sin nombre.

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Leila.

El día anterior había sido bastante accidentado: un demente con alas fue arrestado frente a ella, tuvo un desacuerdo de ideas con Rahasya y para colmo, tuvo que extender su turno voluntario en la enfermería a causa de una paciente que llegó a última hora con una flecha maldita clavada por encima de su pecho. La enfermería estuvo bastante movilizada a causa de ese suceso, pero por suerte Leila logró estabilizar a la chica induciéndola a un coma reparador. En resumen, el día anterior había sido un desastre y el actual no prometía mejorar, pero mientras eso ocurría ella aún podía sacar tiempo para leer tumbada bajo la cálida sombra de un árbol.

Era curioso, Pero el único lugar donde lograba obtener una paz relativa... Era ese jardín. Perdida entre las líneas de sus historias, callando las voces de su cabeza que le decían a gritos que todo saldría mal; La Academia no era un lugar pacífico para ella, sin embargo era mucho mejor que estar en la casa de sus tíos. Siguió leyendo aquel antiguo libro, "donde las bestias aman", era un libro hermoso que narraba la historia del primer rey de Xion y su esposa. Su padre le había regalado aquella historia poco antes de morir... tres meses después de la muerte de su madre. Pasando las páginas encontró con un cristal fotográfico antiguo, al activarlo pudo ver la imagen de su madre: cabello rubio y ojos cafés. Leila había heredado el cabello de su madre sin embargo, al ver a su padre junto a ella, con sus ojos azul cristalino que daban la impresión de ser dos zafiros, pudo notar que tenía los ojos de su padre. El impulso de llorar le invadió repentinamente.

—Debo ser fuerte. —murmuró para sí misma, se lo había prometido a su madre antes de morir. Y justo allí, bajo ese árbol se deslizó sobre las nubes del recuerdo mientras cerraba los ojos.

—Hazte fuerte cariño... —le dijo débilmente su madre— Hazte cada día más fuerte y no dejes que nadie nunca te haga sentir menos —sus dedos temblorosos rodearon la mano de su pequeña hija—. Prométemelo.

—Mamá... —respondió la pequeña Leila con lágrimas en los ojos, su piel estaba helada y un aura oscura que solo la pequeña podía ver cubría el cuerpo de su madre— Lo prometo mamá... —dijo dejando ir sus lágrimas al ver que su madre cerró los ojos.

—Te amo, estoy orgullosa de ti... Leila Johnson, te harás muy fuerte cariño. —fue lo que dijo dejando escapar su último aliento de vida.

Un objeto impactó en su frente dejándole algo mareada, abrió los ojos volviendo a la realidad, lo primero que vio fue a Billy y su pandilla de idiotas riendo frente a ella mientras sostenían unas rocas. La frente de Leila le palpitaba a causa del impacto.

— ¿Tomando una siesta fenómeno? —dijo el brabucón mientras jugaba con una roca lanzándola hacia arriba y atrapándola con la mano derecha.

—No Billy, estaba esperando el primer idiota que me despertase para maldecirlo —se da un golpe en la frente a sí misma con la palma de su mano—, ¡Que tonta soy!, ya fuiste maldecido con un cerebro y un pene pequeño ¿qué más podría hacerte?

—Comerme el lagarto zorra.

—Ay Billy... si tu pene fuese un reptil de seguro sería una lagartija, además si intento comérmelo de seguro quedaría con hambre. —continuó molestándole y rió al ver como su pandilla también se burlaba del chico.

Billy molesto hizo callar a sus secuaces pensando una respuesta para darle a la chica y librarse de la humillación.

—Tú y tu gente de Lernanto son unos fenómenos, no entiendo como la academia puede aceptar a semejantes bestias. —escupió el chico las palabras como si de veneno se tratase. A Leila le molestó que llamase de esa forma a su gente.

— ¿Por qué no vienes y lo averiguas? Bastardo. —dijo mientras usaba su aura para teñir sus ojos, haciendo que sus pupilas se volviesen negras dilatándolas hasta que estas cubrieron sus ojos.

Guerreros de Xión: La llave de SalomónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora