LA CHICA DEL MECHÓN AZÚL Y LAS HISTORIETAS GASTADAS

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Hoy es domingo, pensé que sería un buen domingo, pero al parecer me pase la semana recién pasada dando pena, porque mis padres me han obligado a venir a este evento tipo "convención del día del libro", solo que hoy no es el día del libro y no podría estar más alejado de la fecha, estamos a comienzos de diciembre y el día del libro es en abril. Pero bueno, la convención ha juntado a numerosas editoriales y autores, hay venta de libros con rebajas, firma de libros, talleres, paneles y más cosas que de seguro no visitaré, porque ni ganas tengo de estar aquí.

Llevo una capucha color gris oscuro, mis confiables lentes de sol, jeans negros ajustados y zapatillas negras que ya están para retirarse, de seguro si mi madre se hubiese fijado en ellas no me hubiese dejado salir así de casa, porque mi familia tiene dinero y mis zapatillas gritan pobreza, o sea que no están a la altura.

Camino con las manos en mis bolsillos, con audífonos emitiendo música clásica lo más fuerte que pueden, porque, aunque puedo controlar que pensamientos oír y cuales no bastante bien, cuando estoy en multitudes, siempre sucede algo que me hace perder la concentración y las olas de voces me atacan como los buitres atacarían a un pobre conejo herido, luego me saturo y me entra un dolor de cabeza terrible o en su defecto me dan ganas de vomitar, algo así como cuando uno sufre de insolación. La música hace que me fije en ella y no el hecho de que tengo que andar concentrado para evitar oír la multiplicidad de estímulos existentes.

Voy por el lugar intentando no chocar con las alegres personas que corren emocionadas con celulares y bolsas en sus manos, mi chasquilla tapa mi ojo, lo noto aunque lleve los lentes de sol y el contraste de mi polerón con mi piel hace que me vea más pálido que de costumbre, casi trasparente, es ahí cuando me llega la realización que de seguro me veo como un fideo emo, porque aunque no soy tan alto, con mi metro y setenta y cuatro centímetros, si que soy delgado, y debo agregar que mi piel es justo del color de los fideos chinos recién cocinados.

—La editorial Echeverría-Matte fue notificada sobre la invitación de Samuel Rojas, ¿cierto? Entonces dime ¿por qué ni siquiera lo consideraron? El libro de Rojas está vendiendo bien, es su momento de fama, deberían haberlo aprovechado... Si, entiendo el marketing del autor misterioso, ¡pero vamos! Todos quieren verlo — Un hombre pasó extremadamente cerca de mí, tanto que me empujo un poco, causando que mis audífonos se salieran de su lugar, por eso pude oír perfectamente lo que hablaba, me sentí perdido cuando entendí lo que había dicho, mi padre ni siquiera me había mencionado tal invitación. La sorpresa hizo que bajara mi concentración y la ola masiva de pensamientos hambrientos de ser escuchados se metieron en mi mente, supe inmediatamente que eso no era bueno, tomé mi cabeza con ambas manos, mirando hacia el suelo, pidiendo torpemente que todo se detuviera.

—¿Estás bien? ¡Oye! ¡¿Estás bien?!— Una voz preocupada hizo que levantara la vista con el poco control que me quedaba, y fue ahí cuando la vi, era una chica de cabello muy corto, hasta debajo de las orejas, con un notorio mechón azul sobresaliendo, en sus manos llevaba una historieta de segunda mano, ni siquiera pude ver de que historieta se trataba, ni verle el rostro a su acompañante porque caí de rodillas al suelo involuntariamente y vomite.

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