LEER MENTES

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Nunca dejé de sentir culpabilidad por lo ocurrido, porque sabía perfectamente que podía haberlo evitado, escuché lo que pensaba Nicolás y no hice nada para detener esas acciones irresponsables, de hecho, era la primera vez que podía haber hecho un buen uso de mi habilidad maldita, pero no lo hice, y claro, hay una especie de responsabilidad que se acomoda en tu garganta que te dice que lo malo que ocurrió es en parte tu culpa, porque tenías todo para cambiar la situación, pero no lo hiciste y no lo hiciste porque así lo decidiste.

Porque si son tus decisiones las que te hacen ser quien eres, entonces mis decisiones me habían transformado en un egoísta... En un cobarde, como Santiago decía. Luché mucho con esa palabra, la odiaba, y me quede prendado a ella mucho antes que Santiago la pronunciara ante mí, porque cuando intuyes algo y alguien te lo dice, duele, porque en el fondo sabes que tiene algo de verdad.

Resultaba que yo era muy bueno en fingir que no sabía cosas que eran obvias.

He leído mentes desde que tengo memoria, al principio era feliz por eso, me creía un superhéroe, corría por mi casa llevando una capa, pero en jardín de infantes empecé a compartir los pensamientos de mis compañeros, todo era diversión, hasta que secretos se colaron en el salón a voz alta como "mi mamá siempre anda con un señor que no conozco", "mi papá tiene una caja con bolsas de harina debajo de su cama" y desde ahí el apodo de "Tomás el raro" o "Tomás tiene la boca tan grande como una casa" comenzó. Para mis ocho años, decidí tan solo escuchar, pero tendía a repetirse el asunto, mis compañeros en algún punto siempre llegaban a pensar lo mismo: "Estoy contigo porque mi papá o mamá me lo dijo", en ese tiempo ya no intervenía, no les reclamaba, solo me alejaba. Era también el tiempo en el que intenté dejar de llamar la atención, recibía atención psicológica, y siempre me marcaban que mi habilidad no era "real", decidí estar en las sombras. A los trece años culpé completamente de mi soledad a mis poderes, cuando en un carísimo cumpleaños que mi madre había planeado para mí, invitando a todos los compañeros de mi clase, nadie se apareció, odié a mi estúpida habilidad. Me convertí en un alguien taciturno, sarcástico y pesimista, porque nunca llegaría un amigo para mí, uno que no mintiera, nunca podría estar con personas que no fingiesen ser lo que no son, no soportaba estar afuera con tanta falsedad, ya de nada servía que intentara salir allá afuera, porque por mi estúpida maldición nadie me recibiría y por supuesto yo no recibiría a nadie.

A los quince años empecé a sospechar algo... Mi tren de pensamiento fue detenido por un mensaje entrante en mi celular.

Marina Soto: ¿Tienes algo que hacer hoy? Quiero hablar contigo en persona.

Me quede mirando el texto y revolví mi cabello frustrado, seguro quiere hablar de lo que pasó en su fiesta de cumpleaños, para mí lamentablemente el tema murió ese día, creo que Marina quiere algo de mí, que yo no quiero, ¿estaría mal decirle que no me gusta de esa manera por texto? Lo busqué en internet para estar seguro y en todos los foros aseguraban que era mejor que fuera y se lo dijera en persona, por eso cometí mi primera estupidez del día.

Tomás Echeverría: Dame tu dirección, iré en unos minutos.

Tuve que pagar un costoso taxi para llegar a la casa de Marina, quedaba muy lejos de la mía, el barrio era de esos "humildes", y lo peor era que comenzaba el atardecer, no me sentía seguro en un lugar así, esperaba entrar a la casa, ser honesto con ella e irme.

Cuando toque la puerta, porque no había timbre, Marina me recibió con una sonrisa. Cuando salí de la casa, ella no sonreía, el cielo estaba oscuro, pero no había estrellas y mis palabras se repetían en mi cabeza, "Lo siento, no te quiero de esa manera", y no lo iba a negar me sentía halagado, nadie nunca había demostrado interés en mí antes, pero es que no podía seguirle el juego porque no sentía nada, iba metido en mis propios asuntos doblando una de las esquinas de las calles cercanas a la casa de Marina, cuando tres hombres me detuvieron.

—Suelta el celular— Con capuchas, uno del trio siseó apuntándome con un cuchillo, yo me quede paralizado. Mi cerebro ni siquiera podía idear algo a esas alturas, pero una voz llamó mi atención.

—¡Corre weón! — La voz se me hacía familiar, pero mas conocida se me hizo, cuando quien la poseía apareció y me agarró del antebrazo para comenzar a correr sin mirar atrás.

"Menos mal que la Mari me dijo que ibas a venir, era obvio que serías un blanco fácil"

... A los quince años comencé a sospechar que no solo era mi maldición la que causaba que no pudiera relacionarme con los demás.

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