SANTIAGO ECHEVERRÍA

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Santiago es la primera persona de la que tengo un recuerdo, creo que se trata de una visita a un parque y simplemente estamos los dos riendo sentados en el césped. Siempre me agrado, porque él te escuchaba concentradísimo, te daba de su apoyo y principalmente porque fue el único que me creyó acerca de mi maldición, Santiago me hacía sentir seguro, lo admiraba.

Desde un inicio todos encontraban una forma para hacerme ver que tenía una increíble suerte, que me había tocado el mejor hermano del mundo. Él no solo era el hermano perfecto para todos, sino que también el hijo perfecto, con su metro setenta y siete, una sonrisa digna de un comercial de pasta de dientes y su alborotado cabello que parecía siempre estilizado. Sus compañeros le adoraban, pero ¿quién era realmente Santiago Echeverría? Me hubiese gustado que fuese una persona doble cara, un hipócrita que fingía ser perfecto, porque eso para mí hubiese tenido más sentido, pero la verdad es que no era así, resultaba que él simplemente era buena persona.

El primogénito de la familia, nació al parecer por lo que he escuchado de mi madre, siendo esperado y amado por la joven pareja que lo tuvo, un chico de buen corazón, interesado en ayudar a los demás que soñaba con ser doctor algún día, con desempeño perfecto en el colegio e inmensas actividades extracurriculares. Era también la única persona que pudo traspasar los inconvenientes de mi maldición, porque no le importaba que escuchase sus pensamientos, es más, solía comunicarme cosas a través de estos en las largas e incomodas cenas familiares, que finalmente con complicidad terminábamos riendo. Era también quien intentó darle la razón a mi pequeño yo, asegurando que leer mentes era un superpoder, y que por eso poseía una habilidad genial, que era algo para estar contento.

Aunque tuviera una muy rica vida social nunca parecía olvidarse de mí, siempre que le comentaba que quería hacer algo excepcionalmente fuera de casa, como ir a ver una película, ir al mall a comprar artículos electrónicos, él siempre estaba disponible, siempre estaba ahí para mí.

En el colegio, donde muchas chicas querían salir con él, nunca tomó ventaja de su posición, no daba falsas esperanzas, creo que más de alguno lo admiraba.

En casa, comunicaba claramente cuando algo para él iba mal, como cuando mis padres decidieron que querían inscribirme a un taller de fútbol extracurricular, porque según ellos carecía totalmente del hábito del deporte.

Pero con todo, puedo decir definitivamente que Santiago, ese brillante chico que sonreía siempre, del que todos querían ser amigos, definitivamente no era perfecto, nunca lo fue, pero para mí, siempre sería una oveja blanca y yo una oveja negra.

Santiago murió luego de una discusión que tuvimos, en todo este tiempo siempre me pregunté cómo podía tener tanta mala suerte, que las últimas palabras que intercambiáramos fueran esas. 

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