Capitulo IX Celos

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Un sonriente Terry la veía.

Aún con la boca abierta, Candy se animó a averiguar con quién estaba conversando mientras ella llegaba.

¡Que no sea Archie!... ¡Que no sea Archie! Pedía internamente.

Recobró la respiración cuando vio a Patty. —Candy le sonrió a Terry a medida que él se acercaba a ella con su andar de modelo de pasarela. —Le parecía más guapo cada vez que lo veía.

—¿Qué...? —Candy trataba de preguntar qué hacía ahí, pero aún estaba sorprendida de verlo frente a ella.

—Los dejo a solas —dijo Patty en lo que se ponía de pie para ir a su habitación. —Le sonrió a Candy aceptando que Terry era guapo.

—¡M...hum! —reaccionó la rubia por fin y saludo torpemente a Terry—. ¿Albert sabe que estás aquí? Le preguntó.

—No —respondió Terry, rascándose la barbilla—. Creé que fui a ver a mis padres.

—Ya se me hacia raro que hasta te hubiese prestado su auto.

Terry soltó un quejido que pareció el inicio de una risita, la verdad era que después que colgó el teléfono tras hablar brevemente con Candy, se sintió inquieto, no podía conciliar el sueño por las noches, no pudo concentrarse en sus clases, usaba cualquier pretexto para no acompañar a Albert a las fiestas, rechazó todas las ofertas carnales que muchas de las chicas de la universidad le ofrecieron. Se sentía un idiota, aún no podia creer que se hubiese dejado llevar por sus estúpidos celos, y aquellas palabras torpes hubiesen salido de sus labio, cuando lo que él realmente sintió en aquel momento, fueron unas ganas de desmembrar a aquel imbécil que osó en besar los labios de su Pecosa, si, su Pecosa, porque Candy le pertenecía, ella era suya y nadie más.

Era viernes, y después de una larga semana llena de conflictos internos, preso de la incertidumbre y tras hablar con su madre, tomó una decision. Aprovecharía que ese día, no tenia clases en la universidad y sus padres habían venido de Inglaterra y estaban en New York, inventaría que su auto estaba en el taller, le pediría prestado a Albert el suyo para ir a visitarlos, pero manejaría tres horas y media para ir a verla a ella, mandaría el pacto de amistad al mismísimo infierno, y, abriría su corazón de una vez, le diría a Candy que quería intentarlo con ella.

Candy y él merecían darse una oportunidad y él estaba dispuesto a intentarlo o moriría en el intento, no le importaba, había tomado una decisión y lo haría sin medir las consecuencias.

Con aquello en mente, Terry habló con su madre, para que ella fuera su cómplice frente a Albert y así lo hicieron.

—Siéntate —Candy lo invitó señalando el sillón.

—¿Qué tal Harvard? —le preguntó el castaño después de sentarse cómodamente al lado de Candy, —no tan cerca, pero aún así la rubia tembló.

¿En verdad quiere saber de mi vida aquí? Pensó la rubia con sorpresa

—Bien —mintió.

—¿Hay algo que podamos hacer aquí? —le preguntó Terry mirando a su alrededor.

—No realmente.

—No me digas que viajé tres horas y media para ver una universidad —comentó Terry burlón.

Candy sonrió. —Le gustó que no se comportara como el clásico macho alfa que quiere que lo complazcan.

—¡Ah! —Exclamó Candy ladeando la cabeza falsamente confundida..—¿Viniste a ver la universidad?

Terry suspiró entre una sonrisa irónica.

 Mi primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora