24. LA OSCURIDAD

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El cuerpo se precipito al vacío con gran velocidad, a su paso arranco varias ramas de los arboles cercanos, hasta que se vio impactado en el suelo.

Se quedó allí, inmóvil, sin saber qué había sucedido. Las gotas comenzaron a caer, la lluvia arrecio en poco tiempo, el agua le acariciaba su pálido rostro.

Sus ojos se abrieron despacio. Varias gotas de agua le obligaron a cerrarlos. Gimió de dolor al moverse. Sentía el cuerpo pesado, y el dolor se extendía sin detenerse.

Levanto el rostro, a varios centímetros deslumbro una enorme puerta de madera con diferentes tallados. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro.

—¡Ah! —gritó al intentar levantarse. Apretando los dientes, y ayudándose con sus brazos, Lux comenzó a arrastrarse por el fangoso lugar.

No solo su traje comenzó a llenarse de lodo, sino también su rostro y en una ocasión su boca se vio llena de aquel asqueroso fango. Aún con todo eso, no desistió.

Sin saber cuánto tiempo le había tomado, volvió a elevar su sucio rostro. Una sonrisa aleteo en sus labios. Levanto la diestra, aunque aquello acabara provocándole un aumento de dolor a la vez que sentía como un extraño picor se encendía en sus piernas. Con todo eso encima, buscó levantar su diestra, los latigazos de dolor aumentaron su rapidez como buscando detenerlo, no desistió, sino todo lo contrario, apretó los dientes y soporto aquellos terribles dolores, hasta que sus dedos acariciaron aquel tallado en forma de ojo.

‹‹En cualquier momento se abrirá››, se refugió en esa ida. Pero el tiempo continúo su curso, y para su desgracia, la puerta no parecía estar dispuesta a abrirse.

—¡Ábrete! —suplicó, sin saber el porqué, varias lagrimas comenzaron a correr por su rostro, en el proceso se llevaron un poco de suciedad, aunque se confundían con facilidad por la tormenta—. ¡Por favor, por favor, yo no quería hacerlo!

Se vio obligado a cerrar los ojos. Cayó, giró en el fangoso suelo ensuciando más su traje. Temblaba y sollozaba como si se tratara de un bebé.

—Lo siento... yo no quería... yo no sabía... por favor... —parloteaba, cuando sus ojos se abrieron, se encontró con que aquella dama de blanco le observaba en silencio—. ¡No! lo siento... yo no quería... déjame en paz, déjame en paz, ¡Déjame en paz!

La dama de blanco no pareció entender sus palabras de súplica, así que con pasos silenciosos acortó la distancia que los separaba, se acuclillo a su lado, movió una de aquellas putrefactas manos la cual dirigió a su rostro, aunque deseara con toda su alma el evitarlo, los intensos dolores le hicieron entender que no podría hacer absolutamente nada.

—¡No! —gritó en una súplica, intento alejarse del alcance de la horrible mano, pero lo único que podía conseguir, era revolcarse tal cual un puerco en su establo.

La mano llego a su rostro, y le cubrió los ojos, sumiéndolo en la horrible y solitaria oscuridad.

Lo siguiente que recordaba eran solos pequeños destellos. Se deslizaba por un túnel tenuemente iluminado, las luces ámbar y naranjas destellaban con tal fuerza que le obligaban a volver y refugiarse en la silenciosa oscuridad.

Abrió los ojos despacio, la amarillenta luz le obligó a cerrarlos. Le pareció extraño no sentir dolor, ni el cuerpo pesado, además que un reconfortante calor lo acogiera como el abrazo de una madre.

El cansancio comenzó a envolverlo, y sin siquiera poder evitarlo, volvió a entregarse a la infinita oscuridad.

Un prolongado bostezo escapo de sus labios, con un movimiento perezoso levanto su brazo, y con la ayuda de sus dedos, retiro la lagaña formada alrededor de sus ojos. Recordando lo sucedido, evito mirar a su lado derecho, por lo que giró el rostro al lado izquierdo, aunque continuara viendo de manera borrosa, Oliver con una mano en el corazón podría jurar que conocía aquellas paredes de granito gris.

Choque de Maestros (Crónicas de un Inesperado Héroe II)Where stories live. Discover now