13. Primeras veces

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«Primeras veces»

Me despierto en la madrugada, con un torbellino de inquietes. Cierro los ojos y, cuando mi subconsciente creé que está en el descanso, una bola de incomodidades le empieza a atacar, impidiéndome llegar al éxtasis de Morfeo. Arrojo las sabanas al suelo, me rasco el brazo y cuello. Debe causarme alergia algo que está cerca, o quizá sea ansiedad por el licor. Todavía están esas sensaciones que todo me da vueltas y que la cabeza se me quiere partir en dos, pero es normal después de todo lo que me tome. No es malditamente sano beber tanto tequila. Si lo consumía en fiestas pasadas, pero jamás me había puesto hasta el tope de borracha. ¡Nunca en todos mis años! Pero siempre existe una primera vez; como existe también la última. Tengo que preguntarles a mis tíos cómo soportan beber tan desmesuradamente y estar tan vitales al día siguiente. Eso debe ser un don del diablo o algo así.

Haciendo comparaciones completamente estúpidas, deduzco esto: mi fervor por el tequila se puede asociar como el de un enamoramiento. Ayer me encantaba y me divertía, todo era felicidad; hoy lo odio y lo aborrezco. Así tan rápido y pasajero. Y la pregunta: ¿Lo harías de nuevo, sabiendo las secuelas que te trae? Y la respuesta sin titubeos: absolutamente, sí. Desgraciadamente no aprendo de las acciones dañinas, que repercuten con consecuencias malas. Hasta el momento no he tenido un buen escarmiento, pero todo en la vida se paga, así que espero mi castigo. 

Los ronquidos de mi prima Cecilia, irrumpen la estática armoniosa. Parece un león salvaje al asecho de su presa. Resoplo y me tapo mis oídos con la almohada. Ella no deja de querer ahogarse en su propia baba, cuando ronca la desecha y, al momento de la inhalación, la absorbe; además balbucea entre sueños y avienta manotazos a diestro y siniestro. Miro al techo, la mano de mi prima se posa en mi estómago. La muevo un poco, para cambiar a mi compañera de cama, a una posición de lado. Detiene su sección exhaustiva de ronquidos. Con absoluta ligereza, me muevo para darle la espalda. Bostezo y coloco mi mano bajo la almohada, la frescura que me trasfiere, me quita un poco el infierno de calor. Miro un punto fijo, apenas y distinguible por el escaseo de luz. El ventanal que da el acceso al balcón, las cortinas que se mueven como un papalote al que le faltan las fuerza para descender en los aíres. Recuerdo entonces nuestro regreso a la casa, e irradio una sonrisa en la oscuridad. 

Desalojamos tierras de la playa Rosarito, en cuanto mi hermano y su horrenda novia llegaron de quién sabe dónde, con pelo revuelto y arenoso. Deduzco que estuvieron más que jugando con agua de mar bajo la lluvia; pero ultimadamente a mí no me importa, siempre y cuando no me den un sobrino. Realmente todos pasamos un buen momento. Y fue un milagro llegar ilesos a la casa, después de todas las botellas de tequila que nos empinamos (una más en el camino de vuelta); cantamos y contamos historias tremendamente idiotas y sin sentido. Cecilia nos relató su historia de embolia temporal, en la que no se pudo mover durante un mes o más. Eso no lo sabía, pero lejos de causarme lastima y conmoción por su ex estado de gravedad, no aguante la risa al imaginármela con la cara chueca. Y reí tanto como se me está permitido, animando a todos a hacerlo, así que Jasón, Justin y Ángel, en la camioneta de éste último, nos regocijamos de la desgracia de mi prima, mientras ella no podía con el escozor de nuestra actitud. Después fue el turno de Justin de contarnos una historia, al principio se mostró renuente y dijo que no tenía nada bueno que contar; luego su gesto se dilato en una cara pálida, dejándonos entre ver que tenía algo escondido. Todos le gritábamos, animándolo a que nos abriera su corazón, como en esas reuniones de alcohólicos anónimos en las que proclaman: ¡Tú puedes hacerlo! ¡Tú puedes hacerlo! Chistosamente éramos lo contario a esas ayudas de auto superación, todos estábamos briagos y sin sentido. Al fin Justin se animó y nos relató la muerte de su perro y, para mí sorpresa, lloró desmesuradamente, atragantándose con sus propios sollozos, que le impedían hablar. Luego, todos de la nada, estábamos llorando con Justin. Jasón y él, se abrazaron y limpiaron sus lágrimas en sus hombros; entonces mi novio también conto la pérdida de su perro. Y del llanto nos traspasamos a la risa, por mi primo Ángel que, mientras manejaba, nos contó que el perdió un pescadito, cuando él tenía la edad de siete años, entre lágrimas y mocos flojos. El estúpido pez murió cuando lo saco de su pecera para tomar aíre, nos dijo mi primo: "¿Quién jodidos muere por tomar aíre puro? Ese pez estaba pendejo". Con o sin tequila, como que aún me quedaba un poco de lucidez, así que pensé que él era el pendejo, no el pobre pescadito. También, por mero milagro —en vez de que nos mereciéramos que las cosas hubieran salido así—, en la casa nadie se dio cuenta de nuestra fuga. Entramos sigilosos y con ojos de halcón, cada quien en su respectiva habitación. Supongo que todos quedaron dormidos como rocas. 

The past leaves it's mark » Justin BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora