24. El infierno sin duda

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«El infierno sin duda»

—¿Qué te gusta de mí? —Mi pregunta le tomó por sorpresa. Dejó la cuchara en el plato y me miró. En sus ojos había un destello por el efecto de la luz de las velas. Era precioso.

La noche era tan silenciosa; su apartamento olía a vainilla y rosas; el tiempo era eclipsado de regodeo. Mis corazonadas eran intercaladas entre lentas y aceleradas. Lentas: cuando me hablaba al oído y la piel se me erizaba. Aceleradas: cuando me besaba o contemplaba con ojos chocolates. Existía una palabra congruente en la que podía describir todo: extraordinario. No daba fe a mi propia dicha. Jasón ya había sobrepasado todos los niveles de hombre perfecto.

Por la tarde al finalizar la jornada de la preparatoria, me llevo a navegar en su velero. Nuestras risas alteraban el mormullo de la brisa. Fue tan mágico cuando grito que me amaba en medio del océano. Fue majestuoso cuando me llevo la orilla de una playa y me encontré con nuestros nombres en el cielo; "Jasón y Nicole, por siempre", decía. Y la fresa del pastel, llegar a su departamento y encontrar una cena romántica y lleno de velas por doquier. Jasón es el sueño de toda mujer. Así que no, no sabía por qué todavía lo tenía.

—Cielo, me gusta que te disguste no saber que me gusta de ti. —Al parecer, estábamos en un juego de palabras. Fruncí el ceño y me remolineé en la silla. Su sonrisa se extendió—. No hagas esa carita. —Cambie mi postura y tome la mano de mi novio, en la cual le di un beso en su dorso. Él se inclinó sobre la mesa y me dio un beso rápido en mis labios. Me dejo el buen sabor de vino blanco.

—¿Qué significa eso? –Para el momento, se levantó y rodeo la mesa, me tendió la mano y lo acepte. Me hallaba en mi pulcra altura baja. Mis dientes castañearon por el escalofrío que me subió desde mis pies descalzos. Me sujete fuerte de sus músculos. Él me acerco más apretando mis caderas. Ya no existía un límite de separación entre los dos cuerpos. Me fascine por la simetría de su rostro inclinándose, estando lo más cercas posible: uniendo nuestras frentes.

—Cuando –Su voz sonó ronca. Él carraspeó cuando continuó—: te conocí, creí haberme topado con la horma de mi zapato. —Sonrío negando con la cabeza. Tuve el atrevimiento de masajear su nuca con mis pulgares—. Creo que algo de mi instinto sabía que ibas a hacer mi perdición —reí bajo y apreté los ojos—. Pero, ¿Sabes? —abrí mis pupilas para ponerle un extra de atención. Peino mi cabello hacia atrás—, me gustaste aun sabiendo aquello. Me gustaste porque demostraste un punto: eres la chica que un hombre necesita para perderse. Eres la chica por la cual mereces sufrir todo, para llegar a la culminación de que ella te amé. Eres la chica que merece que sea un idiota por mantenerte contenta.

¿Merecer? Es aquello que obtienes como recompensa de tus buenas obras. No me juzgaba como una merecedora. Yo, en cambio, soy una integrante del mundo que se abre paso al camino de la casualidad. Merecer es un premio. Y Jasón es el mío. Asimismo tenía que cuidarlo y protegerlo. Una vida es la capacidad que él merece. No merecía sufrir, como él dijo.

Tenía ganas de decirle tanto. Tantas cosas que se acumularon en mi garganta como vomito verbal. Pero nunca he sido buena para expresar con palabras mis sentimientos; tampoco soy una romántica. Pero hay algo efectivo que me gustaba repetírselo, dos palabras exactas que nos hace bien escuchar a ambos.

—Te amo.

—Yo mucho más, cielo. —Mis labios se pegaron en su cuello, justo en donde retumbaba su palpito. Suspire y con ello mi estómago dio un vuelco al constatar su aroma a limón. Él estrujo mi cintura y reposo su mejilla en mi cabeza.

—No quiero que me dejes nunca. Nunca. Nunca. —Mi tono sonó chiqueón. Pronto me avergoncé de lo patética que me escuche. Pero tenía la necesidad de decirlo. Decirle que me atemoriza pensar en una Nicole sin su Jasón. Quizá, todavía estaba esa absurda idea de que todos me abandonarían como mi hermano.

The past leaves it's mark » Justin BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora