29. Lo que no dije

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«Lo que no dije»

Lo primero que olfateo cuando llego a casa, son los deliciosos panqués de zanahoria. Dejo las lleves en la mesita de a un costado de la puerta de entrada. Ajusto mi coleta y aspiro, llenándome del dulce olor de mi postre favorito. Me estomago gruñe al comprobar que es mi madre preparándolos. Me quedo apoyada en el quicio de la cocina. Mi bien amado padre se encuentra sentado en una de las sillas del ante-comedor, chupando la cuchara de la mezcla. Ellos no se inmutan de mi presencia; están concentrados en su labor. Mi cuadro familiar estaría completo si estuviera mi hermano con ellos. Nelson debe de estar en su departamento con Lisa; quizá cenando y compartiendo su día. Absorbo la melancolía que me causa no tenerlo conmigo. También, me pregunto, qué se sentirá compartir un hogar con el ser que amas. Dejo esa pregunta inconclusa, porque sé que esa respuesta me guiará al fango del llanto sin control. Aunque nunca sabré el qué se siente despertarme y ver la cara de Jasón en mi cama, compartiendo un hogar; y nunca experimentaré la gloria de ser una mujer casada. No sin él.

—Mi niña, ¿cómo te fue con Kate? —Pregunta mi madre; su cara se ilumina al ver que he salido de mi cueva. Zangoloteo mi cabeza y dejo ir los pensamientos frustrantes que se colapsan.

—Bien. —Contesto sin ningún entusiasmo, sin intensiones de quedarme charlando. Papá deja el cucharon en la mesa y se vuelve conmigo con una ágil sonrisa. Solo lo miro, incapaz de corresponderle.

—¡Tu madre está preparado panqués! —Me avisa. No me pasa desapercibida su alegría.

—Sí. Te encantaran, mi niña. Les puse un poco más de batido como te gusta. —Mamá me sonríe amplio. Recuerdo que yo solía sonreír así. A mí me encantaba sonreír. Todo el tiempo. Ahora todas mis sonrisa parecen forzadas; no hay ninguna genuina. Ella se seca las manos en su mandil y se me acerca. Me alejo dos pasos. No necesito abrazos; he tenido demasiados. Se queda con los brazos extendidos, y baja la guardia cuando nota mi rechazo. Por motivos extraños, mi voluntad de entrarle a la vida, se desmoronaron en cuanto cruce el portón de entrada.

—Me voy a mi habitación. Necesito descansar. —Les informo con sutileza. Me doy media vuelta para salir del área de cocina.

—René, detén esto. —Me paro al escuchar la voz de mi padre, firme y decida a regañarme. Él nunca utiliza esa forma, al menos de que este verdaderamente disgustado con algo—. Tú no eres así, hija. —Me muerdo mi labio superior. Más que un correctivo, me pareció que fue un reclamo.

—Yo soy así. —Me atrevo a contestarle, aunque sé que está mal que le dé la contra. Dentro de mí está esa pequeña obstinada que busca defenderse; aunque sé que es tonto, porque de ninguna manera yo dejaba de sonreír antes. Antes de él, antes de que me quitaran una parte de mi felicidad (por no decir toda).

—¡No, Nicole! —Mamá protesta. Me doy cuenta de su tono chillón que me grita. —¡Tú eres una chica de la alegría, llena de energía, vivaracha, caprichosa y tenaz para alcanzar cualquier meta!

Los encaro. Le doy frente al gesto áspero de papá con sus mejillas rojas, y a mamá con sus cejas en alzadas, rogándome que despierte de la tristeza.

Jamás podré agradecer lo suficiente por tenerlos, por los regaños que me dan, por sus desvelos, por su preocupación autentica, por sus consejos y cariños, por sus amenazas y, sobre todo, por su confianza.

Me encojo de hombros antes de contesta—r: Nunca podré ser igual. No sin él.

Papá se levanta de su asiento y sacude mis hombros; sin mucha fuerza, o igual no siento que me lastima. Sus ojos verdes, que siempre admiro, están mermados por la frustración.

—¡No eres ésta! —Me grita— ¡Hija, regresa a ser como eras! ¡Despierta! ¡Estás viva!

—Quisiera no estarlo —mascullo mirando el suelo.

The past leaves it's mark » Justin BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora