14. Él no es gay (Parte II)

498 26 1
                                    

«Él no es gay» (Parte II)

Aliviada de la paz que me radica mientras soba mi espalda. Bamboleo mi cabeza en su pecho, es maravillosamente firme; apenas y puedo sujetarme de sus antebrazos para no derribarme. Su calor corporal me llena de fastuosas palpitaciones en mis venas, causando estragos en la sangre que va de un lado a otro y aviva al corazón a latir más fuerte. Sin retener mis lágrimas, sonrió. Imagino que camino por un sendero de nubes, aunque son nubosas y tienen un atisbo de próximas lluvias. Me finjo ignorante de los estruendosos truenos que traen consigo las tormentas; me mantengo al equilibrio de disfrutar: las cosas buenas terminan, tanto como las malas. 

Cabeceo un poco más hasta sentir el lugar correcto: las pulsaciones de su corazón. Presumo que he encontrado mi refugio, en el punto de su vulnerabilidad; donde todos somos indefensos con tan solo una opresión en el pecho. Ese pequeño órgano que nos indica que nos reconocemos, que después de tanto nos hemos encontrado, y se siente igual que como cuando teníamos cinco años. Puedo hacer factible ese deseo que tanto implore para conseguir. Mis berrinches y llantos por las noches, cuando fui una niña, tuvieron su remuneración. Y después de tantos años, estoy canjeando mi premio; sin duda: la paciencia apremia. Tengo a mi amigo conmigo, como suplique en mis oraciones; abrazándome y cambiando mi furia por alegría. Es un consuelo, que él solo sabe la dosis para calmarme. 

—¿Ya estás más tranquila? —pregunta. Su barbilla reposa en mi casco, haciendo forzoso el tacto con mi cabello. Me erizo, toda mi piel esta tan susceptible al mínimo toque y a su voz indulgente. 

A regañadientes, bajo mis brazos lentamente, hasta soltarlo. Ya no me aferro a sus músculos y ni a su textura, que es suave y tersa. Sorbo mis mocos que es acompañado por un hipeo, insignificante pero molesto. 

¿Desde cuándo no he llorado así? Tengo la repuesta resguardándome. Desde que cierto amiguito se apartó de ti.

Por extraño que parezca, yo no lo retengo, es él que me sujeta ahora desde mi diminuta cintura. Me desconcierta que sea Justin quien no me quiere soltar, pero me agrada que él necesite tanto de mí, como yo de él. Por ende no retiro mi mejilla de su pecho. 

—Estoy mejor —gimoteo, no fiándome de mis palabras apenas audibles. 

—Quisiera que estuvieras mejor —reconoce. 

Me proveen las ganas de llorar de nuevo, por su sincero enunciado. Ya ni siquiera puedo reconocer todos mis estremecimientos. Me apabulle mi cuerpo inmóvil. No pestañeo, y me quedo saboreando sus palabras. 

¿Cómo funciona todo esto, en todas maneras? Tan fácil como abrir ligeramente sus labios, y correen en mí una vehemencia atolondrada. 

—¿Quieres hablar de lo que paso? —Asiento lentamente, rascando mi nariz en su camisa—. Cuéntame, René, yo te escucho. 

Sonrío tiernamente, levantando la cabeza para que la note. Me corresponde con una ligera sonrisa con la hilera de dientes blancos. Y es la primera que es dedicada a mí, concretamente. Rectifico cual equivocada estaba cuando pensé que eran amarillos y chuecos, sus dientes son perfectos y delineados. Grácilmente, voy aminorando el arqueo de la comisura de mis labios. 

Puedo jugar que mis ojos son un verde rojizo y, aparte de eso, pequeños y con unas gotas acuosas guardadas en los lagrimales. Comparados con los sublimes mieles que contemplo, yo no tengo ninguna oportunidad contra ellos. Desconecto el puente de miradas; girando mi cabeza, involuntariamente a la izquierda. Peina mi cabello, desenredándolo con sus dedos, y masajeando mi cráneo con ello. Me animo a suspirar, a conciencia de que fui demasiado expresiva. Pero lo que él no sabe —ni sabrá—, es que se siente como el toque de una mariposa, igual de delicado cuando empieza a aletear sus alas y te palpa la piel. 

The past leaves it's mark » Justin BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora