(3) Riley

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John se sentó en la cama, sin saber muy bien qué hacer. Le habían encerrado, aunque esa no era la mayor de sus preocupaciones. No se acordaba de cómo había llegado hasta allí, solo podía recordar su nombre. No sabía si tenía familia, amigos o incluso pareja. Quizá le gustaba alguna chica y no se acordaba de ella, o puede que hubiera llegado allí por accidente y que hubiera alguien esperándolo.

Se fijó en la mujer que seguía allí, encerrada con él. Era preciosa, pero no había hablado apenas. ¿Martha, era? De todas formas, no podría intentar nada con ninguna chica, no hasta que recuperara la memoria. Pero sí que podría intentar sacar alguna información de dónde estaba, quizá eso le ayudara a averiguar de dónde venía.

Estaba sentada sobre la otra cama que había en la habitación, de espaldas a él.

- Martha - la llamó.

Ella no pareció escucharlo. John se levantó, decidido a hablar con ella, se acercó y le tocó el hombro. Martha pareció asustarse y escondió bajo un cojín la libreta sobre la que estaba escribiendo.

- Perdona por molestarte - se disculpó John, estaba claro que aquel no era el mejor momento para hablar con ella, pero ya estaba hecho.

Ella negó con la cabeza, quitándole importancia, y esperó a que el chico dijera algo.

- No sé que hago aquí, y esperaba que pudieras ayudarme - confesó, sinceramente.

- Si pudiera te ayudaría, pero no sé quien eres - contestó ella.

John suspiró. No le estaba siendo de mucha ayuda, pero había algo en su mirada que lo hechizaba. Apareció en su memoria la imagen de un toro negro, enorme e imponente, pero se desvaneció al instante. No sabía lo que significaba, pero sentía que era algo importante de lo que debía acordarse.

Entonces, se oyó el sonido de la cerradura de la puerta. Tras ella apareció el rostro de Riley, que tras pasar varias veces la mirada de John a Martha, anunció que el buffet estaba listo. Ella asintió, y John no sabía que debía hacer.

- Ven conmigo, John - pidió Riley.

Él asintió y dejó a Martha sola en la habitación al cruzar la puerta junto al otro joven. Riley solo tenía diecisiete años y ya le estaba mandando. Sin embargo, no podía hacer nada, porque ni siquiera recordaba quién era y tampoco tenía ni idea de como funcionaban las cosas en el Malatesta.

John salió por primera vez de la habitación y le pareció increíble el paisaje que encontró a su alrededor. El yate era bastante grande, para ser solo de Christina. En el mismo nivel donde estaban su habitación y la de Martha, dormían también los demás. Encima estaba la cubierta, pero eso John lo descubriría más tarde. Siguió a Riley por un pasillo a cuyos lados se encontraban los distintos cuartos, hasta pararse delante de una puerta en concreto. Él supuso que era su habitación y, en efecto, sacó la llave para abrirla y le invitó a pasar.

- Christina me ha pedido que te arregle un poco para la comida - informó Riley.

John asintió. La verdad es que la ropa que llevaba puesta tenía un tacto extraño porque, aunque él no lo recordaba, se había empapado al caer desde la ventana de un castillo y luego había acabado secándose con el sol. El problema que tuvieron al compartir ropa fue que Riley estaba más delgado que John, y los músculos de este no cabían en la ropa del más joven. Sonrió, orgulloso, pero el pequeño tuvo que pedirle algo de ropa a uno de los empleados del barco.

John se miró en el espejo de cuerpo entero que había en la puerta del armario, y había que decir que le quedaba bastante bien esa camisa, aunque quizá fuese demasiado arreglada, el personal del Malatesta no tenía otro tipo de prendas. Riley lo observó con algo de envidia, y decidió vestirse él con otra camisa para no parecer desarreglado al lado del huésped. Además, quería que Christina se fijara en él, y la aparición de John se lo estaba poniendo difícil.

Salieron del cuarto preparados para comer, cuando John casi se choca con una chica que andaba deprisa por el pasillo.

- Perdón - dijeron ambos a la vez.

Él se paró a observarla. Era morena, con los ojos muy oscuros, la nariz pequeña y los labios carnosos, y llevaba sus cabellos castaños y rizados recogidos en una coleta. La mirada de ella, en cambio, no se separó de Riley, que estaba detrás de John. Cuando este la vio, apartó al recién llegado y le indicó que se fuera.

- ¿Quién era? - preguntó John, después.

- Lucy Scott, una empleada - respondió, con un tono algo despectivo.

- Pues parecía interesada en ti - comentó el hombre.

- ¡¿Qué?! - exclamó Riley, sorprendido.

Después se echó a reír.

- Se le notaba en los ojos - se explicó John, algo ofendido de que se riera así.

- En este barco han pasado muchas cosas que no sabes, y seguramente tampoco llegues a saber nunca - dijo Riley - Así que no intentes entender, porque si te faltan piezas del pasado no puedes concretar el presente ni el futuro.

No lo dijo como una amenaza, sino más bien como un consejo. John no tenía ni idea de qué secretos navegaban en el Malatesta.

Cáncer (Doce Elegidos IV) [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora