(1) Christina

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Christina contemplaba el océano desde la proa del Malatesta, su movimiento la reconfortaba. La brisa olía a sal, hacía que las ondas castañas de su pelo se elevaran con suavidad y acariciaba su rostro pálido. Sus ojos azules seguían todos los vaivenes de las olas e incluso avistó algunos delfines que saltaban en la lejanía, acompañando al sol mientras amanecía.

Entonces, a lo lejos, divisó una figura que no se movía como un pez. Es más, parecía que flotaba en la superficie, pero no tenía el tamaño suficiente para tratarse de una barca, por más pequeña que fuera.

- ¡Riley! - llamó Christina.

El chico acudió en seguida, jamás había incumplido una orden de ella. Era una de las razones por las que Christina confiaba en él como mejor amigo, pero no se daba cuenta de que ese no era el motivo por el que el chico la obedecía. Sólo tenía diecisiete años y, aunque trataba de comportarse como un hombre, había algunas situaciones en las que mostraba la inocencia propia de un niño. Era alto y fuerte, y llevaba el cabello más largo que el resto del personal del barco, lo que le aportaba un cierto aire rebelde. Christina no se quejaba, se notaba que Riley era su favorito, pero el resto debía llevarlo más corto por comodidad e higiene.

- ¿Qué ocurre, Christina? - preguntó él, apresurado.

Ella se limitó a señalar en el horizonte, donde aquella figura sin identificar cada vez estaba más cerca. Riley se apresuró a dar órdenes, y en unos instantes había una lancha en el mar dispuesta a investigar. El capitán del barco trajo consigo en la lancha el cuerpo inconsciente de un hombre, y a Christina se le paró el corazón un segundo cuando sospechó que podía ser un cadáver.

Sin embargo, el capitán la informó de que simplemente había perdido el conocimiento y lo llevaron al camarote de Martha. Christina pidió que el resto se alejara, pero Martha insistió en quedarse y, ya que era su camarote, se lo concedieron.

Ambas habían sentido algo único al verle, y ninguna iba a marcharse de allí hasta averiguar quién era. Christina le ordenó a Martha que le echara un vaso de agua fría encima para que despertara, y esta obedeció sin rechistar.

- ¿Dónde estoy? - preguntó el hombre, sobresaltado.

Observó a los que allí se encontraban, desconcertado, uno por uno, como si los analizara.

- Aparta de ahí, Martha - volvió a mandar la otra chica.

Se acercó a él con decisión, y se agachó para estar a la altura del joven que permanecía acostado sobre la cama.

- ¿Quién eres? - inquirió, sin ningún tipo de vergüenza.

El chico parecía aturdido y despistado, empezó a buscar alguna respuesta en los ojos de los que se encontraban allí. Pero ni Christina, ni Martha, ni Riley lo conocían, por lo que solo podría hallar la solución él mismo.

- John Powell - contestó, sin saber muy bien cómo había logrado recordar aquello.

- ¿Y cómo has llegado hasta aquí? - preguntó de nuevo Christina.

Riley le puso una mano en el hombro a su amiga para que se apartara un poco del hombre, porque parecía que estaba intentando intimidarle, y le sugirió:

- Christina, déjalo descansar, podemos hablar con él más tarde.

Ella se giró para observarlo y, al ver la súplica en sus ojos castaños, cedió:

- No tengo tiempo para esto - murmuró - Riley, tú cuidarás de él y me mantendrás informada. Si no dice nada, lo devolveremos a donde nos lo encontramos.

Riley se asustó tras sus palabras.

- No pensarás echarlo al mar, ¿verdad?

- ¿Qué te he dicho? - contestó ella, dando por zanjada la conversación.

- Christina... - empezó él, intentando hacerla entrar en razón.

La mirada que le lanzó le hizo rectificar, aunque siguiese manteniendo la misma opinión.

- De acuerdo.

Christina asintió y se marchó de allí. Cuando aquel joven hablara ella sería la primera en enterarse, confiaba en Riley para que así fuera. Mientras tanto regresó al púlpito del barco, sin miedo a caer al mar. Allí sin ningún obstáculo delante el viento volvía a acariciar sus mejillas y a sacudir sus cabellos, se percató de que ya había amanecido. Observó cómo las olas rompían contra el casco del Malatesta, y extendió la palma de la mano sobre el vacío. Se fijó en que no hubiera nadie en los alrededores y murmuró unas palabras.

Entonces, un chorro de agua ascendió verticalmente hasta tocar su palma, algo físicamente imposible. Sonrió. No le gustaba tener que esconderse, porque obviamente no todo el personal de su barco entendería lo que era capaz de hacer y el mundo al que pertenecía, así que aprovechaba los ratos en los que nadie estaba pendiente de ella para sentir el poder del agua corriendo por sus venas.

Cáncer (Doce Elegidos IV) [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora