Capítulo 3: Fuego.

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—Hola, Leonardo —saludó Ginebra, poniéndose de pie y acercándose a él con una amplia sonrisa—. Me alegra que hayas podido venir —lo abrazó—. Que hayan podido venir —corrigió mirando a Valentina—. Hola, Vale —abrazándola también.

Varios de los invitados se pusieron de pie para saludar a los recién llegados, incluida la propia Sofía que, aunque lo único que quería hacer era salir corriendo de ahí; Sin embargo, optó por quedarse de pie a unos cuantos pasos detrás de Ginebra, retorciéndose las manos en un gesto que siempre hacía cuando se encontraba sumamente nerviosa. Ese gesto no pasó desapercibido para Mauricio, quien también se percató de que Óscar no se encontraba en la habitación.

El teléfono de Sofía sonó al llegarle un mensaje de texto y ella vio su vía de escape. Fingiendo que era una llamada, intentó salir de ahí sin llamar la atención, pero al pasar a un lado de Leonardo éste la detuvo.

—Hola, Sofía... –la llamó con aquella voz gutural que ella tanto amaba.

Sofía se giró a mirarlo.

—Hola Leonardo —forzó una sonrisa y también se obligó a mirar a su rival de amores—. Hola Valentina, ¿Cómo están?

—Excelente –respondió Valentina—. Sobre todo, ahora que tengo a mi marido aquí conmigo —sonrió acercándose más a su marido y posando su cabeza en el hombro de él.

Él soltó una risita y depositó un beso en la melena de su esposa.

—Estaría todos los días a tu lado si tú no me mandaras a trabajar, mi amor... –dijo en tono demasiado meloso provocando que todos rieran.

Sofía sonrió a pesar de que pudo sentir cómo se estrujaba su corazón; Por lo visto Leonardo seguía enfadado con ella, pero no debería estar tan molesto al grado de mirarla fríamente, ofreciéndole muestras de amor a su esposa en frente de su amante sabiendo el daño que aquello pudiera provocarle ¿O sí? Quizá después de todo, sí se le había pasado la mano con sus provocaciones. Bien decía el dicho: El que juega con fuego, casi siempre termina quemándose... Y ella se había quemado.

—Un gusto volver a verlos. –habló Sofía, sintiendo cómo comenzaba a perder los estribos—. Pero tengo una llamada para mi marido –se excusó y señaló su celular—. Si me disculpan... —la sonrisa de Leonardo se desvaneció y al verlo, Sofía no pudo evitar curvar sus labios en un genuino deleite. "¡Bien! ¡Se lo merece!" —pensó sintiéndose herida—. Con permiso —dio media vuelta y salió de ahí con paso rápido.

"¿Mi marido?" —pensó Leonardo con rabia ¿Acaso ese imbécil se encontraba ahí?

Sin darse cuenta sus puños se cerraron con fuerza.

—Leonardo... —se quejó Valentina, por lo bajo al notar que la sujetaba con fuerza hasta el punto de hacerle sentir un poco de dolor.

—Disculpa... —la soltó.

—Por favor, tomen asiento —Les sonrió Ginebra, ajena a todo lo que había ocurrido.

.

Sofía salió precipitadamente hacia el jardín, necesitaba aire fresco ya que sentía en sus ojos los primeros vestigios de las lágrimas a causa de lo mucho que le había dolido la forma en que Leonardo la había tratado momentos antes, la forma en que había tratado a Valentina...

"Es su esposa", se recordó.

Un sollozo escapó de su garganta, pero no se permitió derramar ni una sola lágrima ya que en el fondo sabía que todo era culpa suya. Oyó unos pasos detrás de ella y Sofía trató de serenarse.

—¿Mamá? —era Mauricio. Sofía suspiró y se giró para verlo con una sonrisa triste en el rostro—. Perdóname, mamita —la abrazó— No pensé que mi papá vendría y mucho menos con Valentina, de lo contrario yo...

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