Capítulo 14: Disyuntiva.

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Una vez concluida la ceremonia, Sofía y Leonardo tuvieron unos momentos para charlar y tomarse un par de fotos ellos solos y con el maestro antes de que éste partiera ya tenía que coger un vuelo en unas pocas horas y antes de irse les deseó toda la felicidad del mundo. Sofía y Leonardo lo despidieron sonrientes, dándole las gracias por haber oficiado la ceremonia, después de un efusivo abrazo el maestro subió al auto y se marchó. El nuevo "matrimonio", observó el auto alejarse.

Sofía miró hacia el oscuro firmamento.

—Que hermosa luna —sonrió y una pequeña brisa sopló haciendo que Sofía se estremeciera. Leonardo la rodeó por la cintura, la acercó a él y de un movimiento rápido la levantó en brazos. Ella rio.

—¡Leonardo! ¿Qué haces? —él avanzó con pasos largos rumbo a la cabaña—. ¡Bájame!

Él sonrió.

—No, querida —la miró— La tradición dice que hay que cruzar el umbral con la novia en brazos.

—Estás loco —rio.

Él subió las escaleras de la entrada y abrió la puerta entreabierta con la punta del pie. Sofía soltó unas risitas.

—¿Qué habrías hecho si la puerta hubiera estado cerrada? –preguntó ella.

—Malabares, por supuesto —contestó él sonriente y acto seguido entró a la cabaña con ella en brazos.

Una vez dentro, cerró la puerta con un puntapié y Sofía se removió entre sus brazos.

—Ya puedes bajarme.

Él negó.

—Hasta que lleguemos al dormitorio.

Ella lo miró con los ojos como platos.

—Mi amor, no... –se negó—. Peso mucho, tu cintura...

Él enarcó una ceja.

—¿Me está llamando anciano, Señora?

—Para nada, mi amor —le besó los labios— Solo es que...

—Nada, nada —la interrumpió él— Te voy a demostrar que la edad solo son unos simples números insignificantes —la miró con picardía.

Sofía soltó una carcajada. Leonardo avanzó por el pequeño vestíbulo hasta llegar a las escaleras que conducían al segundo piso y al verlas suspiró.

—Esto se pondrá bueno —dijo Sofía con una amplia sonrisa.

—Ya... —murmuró él antes de subir el primer peldaño y luego otro y otro y otro...

Al llegar al segundo piso, Leonardo jadeaba un poco y una finísima capa de sudor cubría su frente.

—Al fin —jadeó él.

—Veinte años después —se burló ella.

—Oye, no estoy acostumbrado a subir escaleras con peso en los brazos —se justificó él.

—¡¿Estás diciendo que estoy gorda?! –exclamó indignada.

Él soltó una carcajada.

—Para nada, mi amor. Sabes que no es así —la besó rápidamente antes de dirigirse a la habitación.

Entraron a la habitación y Leonardo se inclinó un poco para bajarla a suelo firme, en cuanto ella puso los pies en el piso Leonardo soltó un gemido y se llevó las manos a la cintura.

—¡Maldición!

Sofía se giró hacia él, asustada.

—¡Leo! —se inclinó hacia él— ¿Estás bien? —lo ayudó a avanzar hasta la cama y lo ayudó a tomar asiento— Te lo dije. –riñó preocupada.

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