—Soy tan feliz... —susurró Sofía al viento.
Se encontraba de pie en el balcón de su habitación mientras observaba la hermosa luna llena de aquella noche. Habían transcurrido dos semanas desde que escaparon de las garras de Óscar. Dos semanas de pura y absoluta felicidad en la cabaña al lado de su familia y al lado de Leo. Dos semanas de completa libertad. Sin duda alguna habían sido unos días maravillosos para ella, aunque sus hijos pequeños al principio no le habían dado tregua acerca de su relación con Leonardo. Eso había sido lo más complicado hasta el momento: el tener que explicarles a los niños la situación del divorcio con Óscar.
—Hay veces en que el amor desaparece de un matrimonio y los papás comienzan a sentirse incómodos con la convivencia diaria —había explicado Sofía un poco incómoda—. Entonces lo mejor es separarse antes de que se hagan daño el uno al otro, pero sobre todo antes de llegar a hacerles daño a ustedes... —carraspeó—. Eso no quiere decir que su papá y yo dejemos de amarlos a ustedes, sino todo lo contrario —aseguró—. Y por supuesto que debe quedar claro que ustedes no tienen la culpa de nada. De nada.
Claramente Sofía no esperaba que ellos lo aceptaran todo tan bien de inmediato, así que fue una sorpresa para ella que Allan, el más pequeño de sus hijos, se pusiera de su parte tan pronto.
—Yo te entiendo, mamá —había replicado el niño, con expresión casi adulta—. Yo quiero que tú y papá sean felices, pero si ya no pueden serlo juntos... —se encogió de hombros antes de terminar la frase.
— ¡Allan! —gritó Romina—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Son nuestros padres! ¡Deben estar juntos siempre! —afirmó.
Sofía comprendía a su hija pues siempre había sido la princesa de Óscar y sabía que probablemente a ella le afectaba más saber que sus padres se iban a separar.
—Yo no quiero que se separen —le respondió Allan a su hermana—. Pero tampoco quiero unos padres que vivan juntos odiándose y peleándose por el resto de su existencia. Quiero que sean felices.
Romina frunció los labios y se cruzó de brazos. Enseguida su mirada infantil se dirigió hacia un objetivo ubicado un poco más atrás de donde se encontraba su madre.
— ¿Y él? —inquirió secamente señalando a Leo—. ¿Qué hace él aquí?
Sofía miró nerviosa hacia Leo.
—Bueno...
Leo, que hasta ese momento se había mantenido en un segundo plano escuchando y observando todo, se acercó hasta colocarse detrás de Sofía, que permanecía sentada, y colocó sus manos en los hombros de ella en un gesto que le hizo saber que él se encargaría.
—Niños, ustedes saben que yo soy un buen amigo de su mamá y que la quiero mucho ¿Verdad? —inquirió con voz suave. Allan fue el único que asintió pues Romina se limitó a mirarlo con enfado y desconfianza—. Puede que ustedes sean muy pequeños para comprender esto, pero deben saber que en ocasiones el sentimiento de amistad puede transformarse en algo más fuerte... Algo como el amor.
Allan lo miró asombrado.
— ¿Quieres decir que estás enamorado de mi mamá? —preguntó el niño.
Leo le apretó los hombros a Sofía con suavidad.
— ¿Te molestaría que lo estuviera? —inquirió Leo.
— ¡Por supuesto que sí, ella es la esposa de mi papá! —gritó con furia la niña.
Allan miró con desconcierto a su hermana.
— ¿Qué te pasa?
Romina miró a su hermano como si se hubiese vuelto loco.
— ¿Es que no lo ves, Allan? —inquirió incrédula y señaló a su madre y a Leo, sin dejar de ver a su hermano a los ojos—. ¡Mi mamá se quiere divorciar de nuestro papá para irse con este hombre! —aseguró y se giró para mirar a Leo a los ojos—. ¡Tú se la quieres robar a mi papá!
ESTÁS LEYENDO
Déjà Vu.
RomansSinopsis: "Una rosa roja que representa a su amor eterno y el dolor de perder al ser amado. Leonardo y Sofía se aman con locura y durante años han compartido una relación clandestina. El amor, los celos, la pasión, la culpabilidad y el dolor, los ll...