Capítulo 11: Recuerdos.

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Óscar llegó a casa de su suegra, aún sin una idea clara de cómo comunicarles su inminente divorcio con Sofía. Al llegar a la casa, su suegra estaba sola, al parecer Daniela y Eduardo no se habían aparecido por ahí en todo el día...

—Óscar, que bueno que estás aquí —lo saludó Doña Leonor—. ¿Has tenido noticias de mi hija? —su voz sonaba ansiosa.

Óscar se quedó un momento callado, sin saber qué decirle.

—Eh... Sí —admitió.

—¿Y? ¿Está bien?

Él sonrió forzadamente.

—Sí suegra, ella está bien.

—¿Dónde está mi hija? Quiero verla —exigió.

—Ella no está aquí... Ella... —¿Cómo explicarle la situación? —. Ella está de viaje... —le sonrió—. No estaba desaparecida, salió de viaje.

Doña Leonor lo miró sin creerle.

—¿Y sin avisarle a nadie?

—Bueno... —comenzó a caminar nerviosamente—. Sí avisó, sólo que mi secretaria se olvidó de decirme y... eso fue todo —le sonrió y se sentó a su lado—. Le juro que su hija y los niños están bien, hace un momento hablé con ellos por teléfono.

Doña Leonor lo miró con el ceño fruncido... Su instinto de mujer le decía que algo no iba bien.

En ese momento sonó la puerta principal y Óscar fue a abrir. Era el detective. Óscar se encerró con el detective en el despacho y le explicó la llamada del abogado de Sofía, por lo que le explicó que sus servicios ya no serían requeridos.

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Javier no dejaba de contemplar y acariciar el cuerpo desnudo de la mujer que yacía a su lado. Por lo regular, no se acostaba con la primera mujer que se le cruzaba en el camino, pero con esta era diferente... Desde que la había visto en el restaurante, se había sentido atraído hacia ella y al verla llorar, su instinto protector había resurgido a la superficie. De haber mantenido el control sobre sí mismo, no habría pasado la noche con ella, la habría rechazado educadamente antes de irse. Pero no lo había hecho. Por el contrario, había cedido a sus instintos luego del asalto de ella, sumándole que el hecho de que llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer...

Ella por su parte, boca abajo en la cama, miraba hacia el lado contrario de donde se encontraba Javier. Había hecho el amor con un completo desconocido, un extraño del que apenas sabía su nombre y poco más. Debería estar arrepentida, pero no lo estaba. Al contrario, se sentía libre de sus cadenas, como si una nueva vida se abriera en el horizonte para ella y dispuesta a ser explorada... ¿Sería posible empezar desde cero? ¿A esas alturas de la vida y de la edad? ¿Después de un nuevo fracaso? No lo sabía, pero estaba dispuesta a averiguarlo. ¿Y qué mejor que empezando al lado de Javier? Esa sería sin duda una buena opción, pensó con dolor.

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Leonardo condujo con velocidad por las calles de la ciudad de México hasta casi llegar a las afueras de la misma, a una zona de edificios departamentales de mediana altura. Recorrió un par de cuadras por la avenida principal hasta llegar a un edificio de color gris, entró por un lateral al estacionamiento que estaba en la parte subterránea del mismo. Se estacionó en el mismo lugar donde aparcaba desde hacía años y sin perder tiempo, apagó el motor y bajó. Con el corazón desbocado, se pasó una mano por el cabello despeinado y soltó una exhalación mientras echaba a correr hacia la zona de elevadores.

—Espero que estés aquí, Sofía... –susurró apretando entrando a un cubículo.

Llegó rápidamente al piso cuatro, departamento 3104. Se detuvo frente a la puerta caoba, con el corazón desembocado. Detrás de esa puerta... Ahí podría estar su amada, o quizás no. Inhaló profundamente, levantó su mano y tocó la puerta. Esperó un minuto y ninguna señal. Tocó de nuevo y obtuvo la misma respuesta: nada.

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