Capítulo 29: Miedos.

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Nada. No sintió absolutamente nada al despertar. Era como si de pronto todo en su interior no hubiera más que un gran vacío. Abrió los ojos y se percató de que todo estaba en penumbra. ¿Dónde estaba? Se sintió un poco confundida y mareada. Intentó incorporarse, pero un fuerte dolor de cabeza se lo impidió. Entonces recordó todo de pronto: la muerte de Leonardo, su velorio, la sepultura, su patético intento de suicidio... Todo.

Las lágrimas no tardaron en hacerse presentes en sus ojos. Estaba viva ¡Viva! Al descubrirla a tiempo, su hermana había impedido que su plan diera resultado. Ella había estado dispuesta a dar su vida para estar junto a Leonardo y se lo habían impedido. Una vez más. ¿Por qué no entendían que ella ya no tenía nada? Leonardo se lo había llevado todo: sus ganas de vivir, sus ilusiones, sus fantasías... Todo. Él había sido su vida y ahora él ya no estaba, entonces ¿Por qué la vida tenía que ser tan injusta? ¿Por qué se empeñaban en mantenerla con vida, solo para seguir sufriendo? ¿Ahora qué sería de su vida sin él? Sumergida en su dolor, Sofía se permitió abandonarse a los recuerdos de tiempos donde había sido tan feliz al lado de Leonardo. Aquello solo sirvió para torturarse a sí misma y para hacerse consciente cada vez más de su desdicha.

Las horas pasaron y la luz de un nuevo día comenzó a filtrarse en su habitación, pero ella no hizo ademán alguno de levantarse de esa cama. No tenía ganas ni fuerzas para nada. No pasó mucho tiempo cuando comenzó a escuchar ruidos y susurros procedentes de la sala, al parecer la vida diurna dentro de la casa acababa de comenzar para los demás, pero eso a ella ni siquiera le importaba. Nada le importaba ya, así que se limitó a quedarse tendida en la cama y mirando al vacío a la espera de algo que sabía que nunca llegaría...

Pocos minutos después escuchó el sonido de suaves pasos y escuchó cómo la puerta de su habitación se abría. Sofía no pudo evitar dirigir la mirada hacia ahí y al hacerlo, un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a sus dos hijos pequeños de pie en el umbral de la puerta.

—Allan... Sofía... —susurró con emoción y no pudo evitar mirarlos con evidente culpa por lo que había hecho, por no haber pensado en ellos antes, y con temor. Bastante temor.

Los niños sonreían deslumbrantemente e ingresaron intempestivamente a la habitación para correr a refugiarse entre los brazos de su madre, quien aún yacía en la cama. Ninguno de los dos se dio cuenta de la forma escéptica y temerosa en que los miró Sofía un segundo antes de que aterrizaran a su lado en la cama. Sofía no pudo evitar soltar un suave jadeo ¿De qué se trataba todo esto? Todo le parecía tan macabro y surrealista que le ponía los vellos de punta.

Ajenos a lo que sucedía con su madre, los niños la abrazaron y la besaron en repetidas ocasiones.

—¡Buenos días, mami! —espetó Romina alegremente.

Allan frunció el ceño al ver la nula respuesta de su madre y la miró con preocupación.

—¿Pasa algo mami?

Sofía reaccionó y los miró fijamente, deteniendo la mirada en la vestimenta de sus hijos. La misma que habían usado aquel día en que Óscar había asesinado a Leonardo. Sintió un escalofrío.

—No pasa nada, cielo —mintió.

Sofía se incorporó y miró hacia la ventana, por la cual se podía ver un cielo parcialmente nublado y al mismo tiempo escuchó el suave silbido del viento... Exactamente igual que aquel nefasto día. Sofía contuvo el aliento ante aquella extraña sensación de dèjá vu y el sinfín de emociones que la embargaban en ese momento: miedo, confusión, terror, pena...

— ¡Oye, mamá! —la llamó Romina con insistencia.

— ¿Qué ocurre? —respondió Sofía con voz ronca por el llanto. En silencio rogó al cielo para que sus hijos no pudieran darse cuenta del fantasma de aquellas lágrimas que había derramado en las últimas horas.

Déjà Vu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora