CAPÍTULO 3.2 "CUÉNTAME LO QUE TE PASÓ"

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Ken estaba sentado sobre una cama sin sábanas, no alcanzó a observar su entorno cuando la joven hizo ingreso a esa habitación, el padre de ella también se acercó aunque no se atrevió a hablar, sólo observó con detenimiento.

—Quizás no sea amable decirlo pero tú tienes la culpa, te vimos robando —afirmó la mujer mientras limpiaba la sangre de la mano de Ken.

—Sí, tenía hambre... tengo hambre. Creo que soy culpable de unos cuantos cargos a decir verdad —afirmó el hombre herido.

—¿Hacia dónde vas?

—Am, mi experiencia me dice que no debería decir nada —Ante esa declaración, la joven le miró con cansancio, de inmediato los ojos de su padre se mostraron inquietos.

—Mi hija le hizo una pregunta —insistió el hombre mayor.

—Voy hacia el sur, hacia el muro —contestó.

—No hay nada en el sur, sólo muertos.

—Lo sé, pero puedo cuidarme de ellos, no busco sobrevivientes pero sí busco un lugar donde empezar —afirmó Ken.

—Bien, debo advertirte que no somos tontos, hemos sobrevivido por años, he matado peces más gordos que tú, así que mucho cuidado con hacer estupideces en contra nuestra o te juro por Dios que te mataré —dijo el hombre mayor advirtiendo a Ken.

De inmediato el casi anciano salió del dintel de la habitación perdiéndose de la vista del hombre. La joven suspiró como si estuviese acostumbrada a esas palabras.

—Se enojó... yo debería estar enojado, casi me matan —bromeó Ken.

—Pues tú te lo buscaste por andar metiendo las manos donde no debes, además también casi morí, si no fuera por...

—Por mí —interrumpió Ken. Aquello hizo que la joven le mirase con molestia pero no pudo resistir la risa que Ken le producía, así que sonrió.

—Pues sí tú no hubieses venido con tu impertinente mano a dispararme tampoco me hubiesen atacado los vagos, también es tu culpa —comentó con ironía.

—Soy Ken ¿Cómo te llamas?

—Miranda, ¿y tú?

—Ya te lo dije; Ken —reiteró el hombre haciendo que Miranda reflejara su vergüenza por olvidarlo.

—Bien Ken, hablaré con papá para que te quedes aquí durante una noche, mañana podrás continuar tu viaje —declaró la joven, levantándose —. Supongo que quieres ducharte antes de comer algo.

—Supones bien —comentó Ken, sonriendo.

—Bien, sígueme —pronunció ella, contemplando como el hombre observaba su curación —. Debes tratar de no mojar el parche o se saldrá.

Ken asintió, tomó sus cosas y de inmediato se dirigió al baño. Claramente el agua no era tibia sino fría pero eso era mejor que no tener agua, así que en cuanto estuvo listo salió de la ducha, unos segundos más tardes unos golpes suaves en la puerta le interrumpieron, era Miranda.

—Soy Miranda, te traje ropa limpia —dijo la mujer, en cuando Ken abrió la puerta ella le entregó las prendas y desapareció. Este salió del baño divisando a la familia en la mesa, la mujer le dio indicaciones respecto a la ropa sucia y posteriormente le invitó a la mesa.

Una vez sentado, Ken tuvo la impresión que estaba en frente de un periodista o un detective.

—¿A qué te dedicabas? —cuestionó el hombre mayor, después de un incómodo silencio luego de la oración antes de comer.

—Tenía una comunidad, mis conocimientos de las fuerzas armadas me ayudó a iniciarla, sobrevivimos un tiempo y luego caímos —confesó Ken con cautela.

—¿Eras militar? —preguntó Miranda.

—Era comandante, manteníamos la seguridad del estado, la policía no daba abasto, así que decidimos hacer un fuerte o al menos aislar una zona, un condominio, esa fue nuestra comunidad hasta que cayó —contestó Ken.

—Lo lamento...

—¿Fueron los putrefactos? —cuestionó el padre de Miranda.

—No, tuvimos enfrentamientos con otra comunidad, no eran militares pero sí unos aprovechadores, al principio se ganaron nuestra confianza, los ayudamos y todo pero después... después perdí todo, a mi mujer, mis hijos, mi casa, todo por lo que luché se me escapó de las manos como agua —esta vez, Ken se había perdido en su relato. Esa actitud provocó que Miranda bajase la vista en señal de empatía, su padre en cambio bebió del agua en la copa.

—Espero que entiendas que no intento remover los fantasmas del pasado, me interesa la seguridad de mi hija, es la única que me queda y me ha pedido que te de asilo por esta noche, para que eso que te hicimos por tú culpa sane, Dios sabe que no tengo corazón para dejar a un alma buena en la noche, pero también sabe que por mi hija he matado y lo volveré a hacer sí alguien o algo la lastima —reiteró el hombre, sus amenazas contra Ken.

—No tiene que preocuparse por mí, he matado pero sólo a tipos que lo merecían, jamás he violado ni lo haré, no pondría mis manos en una jovencita como su hija, ustedes han sido o más bien han intentado ser amables conmigo, no tienen nada que temer de mí, tiene mi palabra —afirmó con absoluto compromiso, Ken creía ciegamente en lo que era capaz de establecer en sus códigos de honor.


La Última Pandemia IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora