Capítulo 14 "Fuerza y Justicia"

48 4 2
                                    


Alonso estaba sentado en una mesa mientras esperaba el almuerzo, charlaba con ese círculo de oligarcas que asesoraban como serpientes a Lev, la gran cabeza de aquél hipódromo.

—Señor Lev, Yurano busca entregar sus respetos ante usted —comentó Mauro, el vigilante y mano derecha de Lev.

—Déjalo pasar —autorizó el hombre. Tras esa aprobación, Yurano hizo ingreso hasta el comedor, visualizó por un instante los privilegios privados para la gente como él.

—Mi señor, mis señores.

—Me ha dicho el centinela que venías a presentar los respetos —afirmó Lev.

—Bien dice usted, señor. He venido a agradecerle por su misericordia, una frase suya es un día más para mí. Quiero decirle que estoy dispuesto a pelear por usted contra cualquiera, desde hoy y para siempre mi vida es suya —comentó Yurano de manera solemne.

Lev se levantó con histrionismo, hablando tonterías que Yurano no tomó en cuenta. Se paseó por la sala gesticulando grandezas propias, mientras que Yurano antes de despedirse pronunció un "gracias" dirigido a Alonso y no a Lev.

Alonso asintió con miedo, no quería que su decisión afectara el incómodo liderazgo de Lev. Al menos este último no se percató de la irreverencia del combatiente.

En uno de los paseos de Alonso por el lugar, Valentín optó por acompañar al inmune en su travesía.

—He hablado con Frederick, tu amigo. Me ha dicho que le ha venido bien el cambio de ambiente, aquí percibe mejores privilegios que con los gitanos con los cuales vivían antes.

—La vida de los gitanos nunca fue fácil, cuando vivía en la ciudad solía verles, flacos y hediondos, las mujeres meaban entre los autos —afirmó Alonso.

—Me ha dicho Frederick que fuiste amigo de una joven mujer en el campamento donde vivían, ¿qué fue exactamente lo que pasó? —cuestionó Valentín.

—Fuimos atacados, no he visto a las gitanas sobrevivientes por aquí.

—Temo que no están aquí, Alonso. Las esclavas son llevadas a los campos de concentración hacia el oriente, allá suelen perecer —comentó Valentín, atento a la reacción de Alonso.

—Si es así, Luminitsa debe estar muerta al igual que sus hermanas —lamentó el inmune.

—Es lo más probable, pero puedo averiguarlo si así lo deseas. No estoy al tanto de todos los campos de concentración con los cuales Lev trabaja, pero sí puedo contactar a los más cercanos, Lev no suele enviar esclavos tan lejos —comentó el hombre.

—Te lo agradecería —afirmó Alonso.

—Cuéntame ¿ha sido provechosa tu experiencia estos días?

—Nada tiene sentido, hace unos años vagaba por las calles, vendía cosas y afectaba a todos los que tocaba, todos los que tenían puesta la fe en mí salían perdiendo, era una estrella perdida, era incapaz de guiar a nadie, y ¡mira ahora! Como ha cambiado todo —comentó Alonso, sorprendido.

—Nunca fuiste una estrella, nunca fuiste sólo eso, siempre estuviste preparado para este momento, para tomar tu real lugar en el firmamento, creo que ellos te ven como un sol —afirmó Valentín, señalando a trabajadores y militares que observaban atentos desde lejos.

—Imposible, nunca he guiado a nadie, a penas y puedo seguir mis propios pasos —advirtió Alonso.

—Eres un sol, aquellos que te ven con el filtro apropiado pueden seguirte, aquellos que no son capaces de hacerlo son abrasados por tu luz, por tu justicia. Por algo estas aquí, entre nosotros cuando claramente debiste haber muerto hace tiempo —afirmó Valentín, haciendo que Alonso abriese por primera vez una puerta hacia la lógica de su destino.

La Última Pandemia IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora