Capítulo 18.1 "Ovejas para el matadero"

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Alonso caminaba por las instalaciones del hipódromo, le gustaba ver cómo la gente comerciaba con cualquier cosa.

El hipódromo no era cualquier comunidad y eso Alonso lo entendía, era un punto de encuentro entre muchas comunidades, allí se organizaban económicamente para no desparecer, a través de los trueques u otras actividades se fortalecían e intercambiaban armas, comida, electrónica y baterías.

Alonso se pasó por cada uno de los puestos, en uno de ellos, quizás el más moderno y llamativo; un hombre de barba roja y un joven moreno vendían pilas, la mayoría eran recargables, allí era posible comprar seis de ellas con un paquete de fideos, a la semana siguiente se realizaba la recarga de esas pilas y ellos te proporcionaban más, sólo era cosa de colaboración mutua, resguardada por un puesto de avanzada ocupado por militares, los que mantenían a salvo y daban al sitio un carácter oficial.

—¿Cómo recargan todo esto? —preguntó Alonso mientras levantaba desde la mesa del mostrador una de las pilas vacías.

—Venimos de Verikinova, es un valle bastante caloroso donde el sol pega fuerte, ahí tenemos muchos paneles fotovoltaicos, está dirigido por un grupo de ingenieros y sus familias, yo trabajo para ellos y mi función es intercambiar pilas, teléfonos, linternas, radios con la gente de otras comunidades, los sistemas de comunicación son caros pero las pilas no lo son, un paquete de tallarines antiguos te sirven para tener seis pilas grandes, mientras que con dos paquetes de tallarines artesanales te sirven para lo mismo.

—Se valora mucho lo antiguo por sobre lo nuevo —reflexionó Alonso.

—Es así, la calidad es mejor.

Esa fue la última frase que Alonso intercambió con los dependientes de ese puesto, luego continuó su travesía hasta que se topó con unos niños jugando con canicas, entre ellos buscó a frutillín pero no le divisó.

—Muchachos ¿han visto a frutillín? —cuestionó Alonso.

—No

—No —repitió otro.

—Yo tampoco —agregó el más pequeño.

—Si lo ven ¿le dicen que estoy buscándolo?¿ por favor'

—Ya

—Ya —repitió también el segundo

—Ya —comentó nuevamente el más pequeño de ellos.

—Yo sé dónde tienen a ese mocoso —comentó una mujer anciana mientras se tiraba aire con un abanico viejo. Su intervención provocó que Alonso regresara hacia dónde estaba ella.

—¿Dónde está? —cuestionó Alonso, interesado.

—Lo llevaron a la cárcel, mejor que esté allá, anda puro robando y los ladrones no los queremos en ningún lado —argumentó la mujer.

—Pero es un niño, un niño no debería andar robando. —Alonso yacía preocupado.

—Eso pensamos todos aquí por eso le pegaron y se lo llevaron —La mujer parecía satisfecha con lo que relataba.

—Me refiero a que un niño no debería tener razones para robar —explicó Alonso.

—Ah, no sé nada yo...aquí yo no mando, no sé más —culminó la mujer mayor. Alonso en cambio le miró con reprobación abandonándole a los segundos.

Tras continuar preguntando a otras personas el hermano de Aarón dio con la famosa cárcel, en realidad eran unas caballerizas adaptadas; eran sólo para los ladrones, allí le daban un escarmiento el cuál podía consistir en golpes, cortes de dedos, hasta marcas cuyo significado indicaba su pecado o dicho en palabras seculares su falta a las normas de la comunidad.

Alonso ingresó al lugar con su pase, el cuál consistía en un permiso directo de Lev para visitar cualquier parte. Al ingresar se encontró con un niño de doce años mientras le pegaban latigazos en las manos, fueron doce por cada extremidad. El hombre realmente no entendía como podían ser tan despiadados al sentirse satisfechos con el grito de inocentes, inocentes descarriados.

Frutillín estaba allí pero para él, el castigo era diferente.

Desde un balde metálico un hombre sacó unas pinzas humeantes que sostenían un carbón encendido, el cual el niño tuvo que soportar durante unos segundos. Entonces lanzó un alarido que ofendió a Alonso, le ofendió en su inercia, en su inactividad. De inmediato pensó que si no intervenía aquello se prolongaría siempre.

—¡Hey! ¡Que le estás haciendo! ¿Qué no ves que es un niño? —exclamó Alonso.

—Sáquenlo de aquí ¿Quién mierda te crees para darme ordenes?

—Soy amigo de Lev —objetó Alonso pero el hombre castigador soltó una carcajada.

—¿Y quién crees que dio esta orden?

—Basta —gritó Alonso nuevamente, momentos después uno de los guardias le golpeó fuerte en la cabeza, derrumbándole. Con los ojos blancos y figuras en su reflejo perdió la noción de la realidad por unos segundos.

"Después de eso vio dos aves surcando los cielos de una ciudad decorosa, las cúpulas de oro de los hombres resplandecía en el cielo. Vio a los opulentos, a los que dormían con seguridad en su lecho desfallecer, vi el temor en la tierra y sus hijos crujiendo sus dientes, llorando con ardor por el castigo.

En su estado, en lo profundo de su inconciencia Alonso veía, veía a todos, visualizaba en el cielo a dos aves que cubrieron al mundo con su niebla y luego una luz que quemó los pecados de todos en su carne, una luz que iluminó las almas de los lejanos. A la distancia cientos de miles miraban al horizonte mientras la ciudad ardía como carbón vivo, lejos en la orilla sus aliados lloraban con gran lamentación. El cáliz de la ciudad yacía doblegado ante la fuerza de las aves, las que ahogaban a los hombres en su lecho. De la ciudad salieron 10 serpientes que desesperadas intentaban buscar refugio pero les fue negado, se les aplastó la cabeza".

Al despertar Alonso sintió las consecuencias en su cabeza, al menos una presencia familiar la daba seguridad, se trataba de Mauro.

—¿Qué hacías aquí? —cuestionó el hombre, ayudando a Alonso a estar en pie.

—¿Dónde está el niño? —preguntó Alonso sin contestar, dirigiéndose a los guardias que evadían la pregunta.

—¡Ya cállate! —gritó uno de ellos de forma grosera.

—¿De qué niño estás hablando? —cuestionó Mauro.

—Un mocoso ladrón, lo pillaron robando y no era primera vez que tenía el sello, así que lo mandamos a los campos, allá le quitarán lo tarado —comentó el guardia.

—Quiero hablar con Lev. —La petición de Alonso no fue bien recibida por Mauro, este denotaba incomodidad.

—Él está ocupado —prefirió responder.

—Llévame donde él, le esperaré si es necesario —solicitó Alonso, sin despegarle su mirada a los hombres que le habían atacado.

Alonso entonces le observó en silencio, no tenía muy claro cómo proceder. 




Continuará...

La Última Pandemia IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora