CAPÍTULO 4.4 "DÍAS, MESES, AÑOS"

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Habían pasado unas horas desde que Alonso fue encerrado en ese ataúd, por suerte las maderas chuecas permitían que él pudiese respirar. A diferencia de la vez anterior en la que fue mordido, la fiebre que percibió no fue intensa, los huesos no dolían como antes, sólo las mordidas parecían doler, ardían bastante. En ese razonar del momento, escuchó a un hombre toser, se trataba de Darío.

—¿Estás aquí? —cuestionó Alonso.

—Todavía —respondió Darío.

—¿Cómo te sientes?

—No es uno de esos ataúdes con agua donde te activan la imaginación, pero vamos, acabará pronto ¿y tú? —preguntó Darío.

—Estoy mejor, esos podridos si mordían fuerte —comentó Alonso.

—¿Eres inmune? ¿De verdad lo eres? —cuestionó Darío.

—Yo...no lo sé, las mordidas no me mataron, no entiendo qué mierda está pasando —respondió con sinceridad.

—¿Cómo fue que te diste cuenta?

—Fue hace poco, ayer o antes de ayer, no me acuerdo. Pero sí recuerdo haber caminado lentamente hacia una puerta de madera, tambaleaba, al salir me encontré con todo el campamento lloriqueando por sus muertos. ¿Sabes qué recuerdo? Recuerdo la luz del sol, era fuerte, en cuanto me asomé afectó mis ojos, llevé mis manos sucias a la cara tratando de cubrirme, cuando levanté mi viste todos me miraban con horror, quizás pensaron que era uno de los otros pero no, yo era algo que jamás habían visto.

Caminé unos pasos tambaleando, nunca pensé que eso significara tanto. Antes me tambaleaba al beber, cuando me peleaba en los callejones, pero ahora eso es tan...

—Tan diferente... —intervino Darío, emocionado.

—Sí, porque desde que salí todos ellos, todos los del campamento que estaban ahí con sus muertos cayeron sobre sus rodillas, y no pude entender por qué, miraban mis manos mordidas, tocaron luego mi frente fría, sin un poco de fiebre, ningún rastro de la noche anterior, ninguno más que las marcas de los dientes.

—Las marcas en tus manos ¿Son de esa vez? —cuestionó Darío desde la oscuridad de su propio cajón.

—Sí, son de ese día —pronunció Alonso, obnubilado.

—Yo... yo moriré, ni siquiera seré recordado por alguien, seré uno más de los que vino y se fue sin nada por ser recordado, moriré hoy, puedo sentirlo. Pero al menos pude saber una cosa, sí mis hijos viven todavía, sé que ellos tendrán una esperanza, sé que si sobrevives podrás salvarnos a todos. No se trata sólo del futuro, sino también del pasado, tú puedes salvarnos a todos, bueno, a mí no, pero a los que están sí, a los que vendrán también —afirmó con emoción, Darío.

—Es mucha responsabilidad, no quiero cargar con ella —declaró Alonso.

—No puedo pretender saber cómo te sientes, pero esto no puedes evadirlo, sí algún día te pierdes, sí algún día te alejas de esto, de esto que te pasó, entonces tendrás siempre las marcas, esas mordidas en tus manos son el testimonio de que la vida y la muerte te acompañarán una de cada lado, para siempre —comentó Darío, haciendo que Alonso percibiese en su cuerpo un frío profundo.

...

A la mañana siguiente, un grupo de centinelas quitó la placa de madera, tomó los ataúdes y los trasladó nuevamente hasta el patio de duelos. Toda la multitud, los del ejército y también los poderosos en su estrado estaban en posición para conocer el resultado de la noche anterior.

Luego del saludo y la introducción de Laiev, el centinela Mauro avanzó hasta donde Darío aguardaba, por el sonido del reanimado, Mauro intuía el contenido así como el resultado, posteriormente esperó la señal de Laiev para abrir el ataúd y dejar libre al reanimado.

La multitud exclamó cuando vio el final de Laiev, este se había convertido en reanimado, excitada la multitud pedía que la otra caja fuese abierta. Unos tipos sujetaron al reanimado con cadenas y lo ataron a su antiguo poste, mientras que Mauro estuvo listo para abrir la caja de Alonso, sólo quedaba esperar la señal.

Luego de unos comentarios inútiles de Laiev, Mauro abrió las cadenas de la caja, el silencio dentro le sorprendía aunque no tanto, muchas veces cuando la gente era mordida y perdía mucha sangre, su reanimado era débil y no podía moverse como otros, por eso tal suceso no le asombraba.

Al abrir la puerta, la gente esperó ansiosa el resultado. Alonso salió tapándose los ojos, Mauro de inmediato mudó su expresión, todo el hipódromo se detuvo en pos de ese momento, nadie supo cómo reaccionar, sólo Frederick parecía entender junto a su familia lo dicho antes, la inmunidad de Alonso era cierta.

Ante el asombro sonoro de la gente, Alonso sólo percibió a un pequeño niño aplaudiendo, no entendía lo que aquello significaba, pero Alonso de todas maneras sonrió.

En ese momento el centinela se sintió ansioso, había llegado el minuto de quitar la bolsa en la cabeza al primer prisionero, en cuanto realizó tal acción, la multitud se burló del rostro del tipo, el prisionero yacía convertido, con sus ojos blancos parecía querer atacar a la multitud, al centinela y también a su compañero Alonso. En segunda instancia, el conocedor del secreto de Alonso, el centinela se dirigió hasta él para descubrir su rostro, la gente parecía expectante, acostumbrada a tantos fanfarrones quedó blanca al observar que Alonso permanecía vivo, una vez más triunfaba sobre la muerte, impactando a todos, dejando en la cúpula del lugar un mal sazón de boca y por supuesto, alegrando a Frederick y los suyos quienes temían por la integridad del hombre.

Alonso los miró a todos, se fijó en la expresión general para ver la impresión de cada uno, algunos habían caído en sus rodillas, otros tapaban sus bocas mientras que apenas un niño en una fila celebraba el auge de Alonso. 

La Última Pandemia IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora