Alonso estaba totalmente en silencio en aquella camilla, en frente la doctora Maeling. Ella lloraba mientras limpiaba los brazos de Alonso.
—De verdad que puedo hacerlo yo... —comentó él, tratando de darle a la doctora un momento de calma.
—Está bien, déjalo. Terminaré en un minuto aquí y te dejaré ir —dijo la doctora, sonriendo. Se sentía culpable por llorar mientras ejercía su trabajo.
—No me gusta ver llorar a las mujeres, me hace sentir responsable.
—No son lágrimas de tristeza las que siento, es que jamás había visto esto —confesó ella.
—¿Esto? —cuestionó Alonso.
—Un inmune. Muchos han llegado hasta este sitio, todos han muerto tratando de demostrar que lo son —afirmó la doctora.
Después de aquella frase, unos golpes suaves se escucharon desde la puerta, de inmediato ambos miraron desde donde provenía el estímulo.
—Adelante —dijo la doctora, autorizando el paso. Entonces Frederick se asomó disculpándose, detrás venía Muriel.
—Alonso... —se escuchó, Frederick se acercó rápidamente junto con Muriel hacia el sobreviviente, el famoso inmune.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó Muriel.
—Era una oportunidad para todos nosotros, es lo mínimo que podía hacer, ustedes me ayudaron cuando yo estaba allá afuera, pensé que si mostraba lo que me pasó podía permitir que ustedes tuviesen un lugar mejor.
—Pero pudiste haber muerto —dijo Frederick.
—Pero no lo hice, y sabía que no pasaría.
—Es cierto, su salud está muy buena, sus heridas cicatrizan muy bien —intervino la doctora, reforzando lo dicho por Alonso.
—¿Vieron? Voy a sanar de esto también, eh. Y ¿Dónde están los demás? —cuestionó Alonso, interesado por el paradero por los demás miembros del campamento gitano que le trajeron hasta el hipódromo.
—Estamos en un sitio con varias familias, es como un estacionamiento grande, allí nos hemos aparcado —explicó Frederick.
—Me gustaría ir, quiero dormir un poco —sostuvo Alonso.
Justo en ese momento, Mauro, el militar, se acercó a la doctora Maeling con instrucciones.
—Lev quiere él que vaya a su estancia, ¿ya está listo? —preguntó el milit
—¿Lev? —cuestionó Alonso.
—¿No le harán otras de sus gracias, cierto? —preguntó Frederick.
—No, tranquilo. Esta vez sé y espero también que le traten con el respeto que merece, Lev sólo quiere hablar con él —aclaró Mauro.
—Iré —respondió Alonso, levantándose de la camilla.
Mauro sonrió con sus comisuras, entonces guio a Alonso por todo el hipódromo hasta un gran salón desde donde alguna vez algunos juzgaron las carreras de caballos. Allí, con muchas ventanas hacia la plataforma se encontraba Lev, lo único que Alonso pudo observar era su espalda, mientras se apoyaba en las superficies de madera.
Había una serie de adornos, una cama y unos sillones en aquella sala, también un bar, libros y un televisor apagado con una consola de videojuegos.
—Señor Lev, aquí el inmune... —anunció Mauro.
—¡Alonso! — De inmediato Lev viró su cuerpo, observó a Alonso con aspecto más sano—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, señor —respondió Lev.
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La Última Pandemia IV
FantascienzaViejas rencillas, nuevos integrantes y problemas emergentes complicarán a los integrantes del internado Santa María de Udina. Dos años después del fallecimiento de Elisa. Lance y su comunidad se enfrentarán en una polaridad interna única, lo suficie...