CAPÍTULO 4.3 "DÍAS, MESES, AÑOS"

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Alonso se exaltó, tanto él como su compañero escucharon con miedo algunas puertas metálicas que parecían ser abiertas y cerradas con fuerza, cada vez más cerca. Como su imaginación se lo advertía, la puerta de su "celda" fue abierta, momento en el que el centinela de nombre Mauro liberó de sus cadenas, llevándoles por los pasillos hasta el exterior. Alonso observó en silencio una puerta de madera grande ser abierta, de ella la luz y el sonido entró con intensidad, posteriormente tanto él como Darío fueron amarrados a dos postes delante de toda la multitud.

En ese momento Alonso sintió que sus piernas flaquearon, los gritos de la gente le bloqueaban, apenas podía reconocer a Frederick y los suyos exaltándose en la multitud, intentando reclamar por el trato que le estaban dando a Alonso, sabía que algo no estaba bien, lo intuyó cuando vio el poste en el cual había sido encadenado. El centinela se disculpó por sujetarle, eso era una advertencia.

Desde los parlantes, una voz pidió silencio, era la voz de Laiev, aquello dio paso a un solo sonido que se escuchaba a lo lejos, eran unos generadores de combustible y unos molinos de viento girando fuertemente sobre una colina cercana.

—Amigos míos, ciudadanos de nuestro hermoso punto de encuentro, hoy tenemos aquí a dos inmunes que han venido a salvarnos ¡A salvarnos! —ante ese grito, la gente enloqueció, se burlaba con risas y mofas, gritaba descontrolada y parecía celebrar el acto.

Laiev bebió un poco de vino, golpeó después a la doctora Maeling quién parecía molesta pero también se notaba en ella el cansancio.

—¡Amigos míos! ¡Querido embajador! ¡Buena gente del hipódromo! Los inmunes deben probar su inmunidad, y para eso tenemos a nuestros ¡implacables zumos! —Justo después de eso, dos reanimados con obesidad extrema eran liberados en el patio de duelo donde Alonso y Darío aguardaban por ellos, con miedo.

Los reanimados tenían la piel pálida, sus rostros estaban grasosos y sucios, debajo de sus pliegues de piel se había acumulado restos de sangre de sus víctimas anteriores, así que en cuando les vieron acercarse, Darío trató de subir el poste mientras que Alonso respiró profundo, naturalmente no podría esconderse detrás del poste así que sólo se alejó en búsqueda de alguna piedra grande.

Darío se enfrentó al reanimado, al principio trató de huir de un lado hacia otro, claramente la cadena se lo impedía pero ya que no había podido subir al poste lo mejor era evitar a toda costa ser mordido, mientras la multitud gritaba expectante.

Uno de los obesos se esforzaba por alcanzar a Alonso, este dejó de huir y comenzó a atacar al reanimado con la cadena, en repetidas ocasiones le golpeó en el rostro, le tumbó algunos dientes putrefactos, los que salieron con pedazos de encías.

En cuanto los dientes cayeron al suelo, un disparo interrumpió la frenética lucha, la bala dio en el cráneo del reanimado matándole al instante, su cuerpo cayó como jalea sobre el suelo.

Alonso miró al sujeto, era Yurano. En primera instancia, Alonso no entendió el motivo por el cual el reanimado fue sacrificado pero cuando vio ingresar a la arena de duelo, otro reanimado más alto, supo que estaba lejos de terminar.

Darío en cambio subió hacia las rejas tratando de huir pero cayó pese a que se había sujetado fuertemente de un fierro, pero este cedió y cayó junto con él. El reanimado que intentaba morderle se acercó, cayendo sobre él y mordiéndole en la parte posterior del cuello, producto de aquello Darío empuñó el fierro y como pudo se liberó, no obstante el dolor de la piel mordida en su cuello fue terrible, tanto que su alarido horrorizó a la multitud.

Alonso en cambio escuchó con pánico como Darío gritaba, aquello le desconcentró tanto que un esfuerzo intentó amarrar al reanimado al poste con la misma cadena, en primera instancia lo logró, pero al dar vueltas alrededor de él, el reanimado liberó su mano y acercó el cuerpo de Alonso hacia él, mordiéndole el hombro, la criatura hambrienta no alcanzó a arrancar la carne cuando Darío se acercó y mató al reanimado de un fierrazo directo en el ojo.

El reanimado cayó al suelo, Alonso le agradeció con una mirada y la multitud quedó en silencio.

—¡Ataúd! ¡Ataúd! ¡Ataúd! —gritó la gente, Frederick en cambio se alejó de su sitio e intentó acercarse a la reja.

—¿Qué les harán? —cuestionó con miedo. Una mujer con facciones asiáticas le contestó.

—Los van a meter a un cajón —su afirmación confundía a Frederick. Entonces miró nuevamente a Alonso, este no entendía nada. Otros centinelas se acercaron en silencio, tomaron a Alonso y a Daría, metiéndoles a cada uno en un ataúd.

De esa manera los dos sujetos fueron transportados unos metros hacia el oeste, donde tras salir de la jaula dejaron en el suelo las cajas de madera con los sobrevivientes dentro, luego cerraron todo eso con una placa de madera para impedir que la gente viera el proceso. Ni siquiera les habían revisado las heridas, sólo les dejaron ahí, como castigo por mentir, no había salvación de la arena.

Frederick, teniendo en cuenta que cualquier mala palabra podría sacarle a él y a su gente del hipódromo, tomó la decisión de dirigirse a Mauro, el centinela de más rango.

—¿Por qué le han metido allí? ¡No traje a ese hombre para que le torturasen! —expuso con indignación, el hombre.

—Te calmas, yo no soy quién tomo las decisiones aquí, ni siquiera el embajador importa mucho, es el sujeto de los ojos celestes, es loco de mierda —aclaró el hombre.

—Necesito sacarlo de aquí y luego irme, podría morir allí dentro —afirmó Frederick.

—Escucha, no deberías lamentarte por un tipo como él, todo lo que viste es la sanción a los tipos que se aprovechan de la gente, ¿para qué crees que vino aquí con esas mordidas de persona? ¡para aprovecharse! —razonó él —. Hemos visto muchos así.

—¡No! Alonso es inmune, lo vi enfermarse, lo rescaté de los podridos que lo mordieron, le ayudé con las heridas, lo vi apagarse pero también lo vi levantarse, él es inmune ¿me entiendes? ¡Es inmune!

—Escucha, debes, debes... debes aguardar. Aquí las cosas no son como hace años, no podrás razonar con nadie, todos se perdieron en su instinto por sobrevivir, aquí manda Laiev, no le revientes las pelotas y mejor sigue en silencio, si quieres sobre vivir esa es la manera. —Tras esas palabras, Mauro, el centinela fue convocado a otro asunto, así que con una mirada se despidió de Frederick, este entonces se volteó con la mirada en su mujer e hijastro, ambos parecían preocupados pero entendían que no había nada que pudiesen hacer o decir. 

La Última Pandemia IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora