Mis ojos empezaron a abrirse poco a poco al sentir una especie de frío y un olor fuerte y penetrante. Me dolía la cabeza y sentía el cuerpo pesado. Intenté incorporarme mientras mis ojos se acostumbraban a la luz. El sol. Había amanecido.
Recuerdo que me encontraba encima de unas rocas manchadas de sangre, y dicha sangre cubría también mi cuerpo. Una tela hecha jirones me tapaba parcialmente. Al ver el tono rojizo supe que se trataba de mi vestido o de lo que había sido mi vestido. Por lo demás, estaba completamente desnuda.
― Al fin despiertas, mi amor.
La voz grave de mi padre llegó a mis oídos como un graznido horrendo. Todo sonido se distorsionaba y apenas podía entender lo que me había dicho. Aunque intenté enfocar la vista, seguía demasiado nublada. Todavía estaba aturdida.
― Has hecho un gran esfuerzo, pequeña. No hagas movimientos bruscos ―murmuró de nuevo, ahora más cerca de mí.
Esta vez lo entendí mejor. ¿Qué quería decir con que había hecho un gran esfuerzo? Por alguna razón, sus palabras lograron arrancarme un escalofrío.
― Ahora todo estará bien. Ya lo verás. Nada podrá separarnos nunca más.
Poco a poco, mi visión fue acostumbrándose a la luz y pude verlo todo mejor. Me senté en el suelo, pero la tela a mi espalda no desapareció, siguió cubriéndome como si estuviera enganchada a mi cuerpo. Entonces fue cuando me di cuenta de que el vestido rojo que había visto estaba a un lado de mi cuerpo en el suelo. Mi rostro se volvió pálido al instante. Si el vestido estaba delante de mí… ¿Qué era lo que cubría mi espalda?
Miré por encima del hombro con miedo, y entonces pude verlas. Eran unas enormes alas negras como el carbón. Asustada, me levanté agitándolas inconscientemente. Mis movimientos bruscos hicieron que mi padre se apartara mientras me gritaba que me calmara.
¡Que me calmara! ¿Cómo narices iba a calmarme? ¡Tenía alas! ¡Alas! ¿Por qué tenía alas?
― Cariño, sé que esto es difícil para ti, pero tienes que calmarte. Puedes hacer daño a tu madre si te mueves de este modo. ―Al escuchar sus palabras me quedé completamente quieta.
Me giré poco a poco mientras un ala se había interpuesto delante de mí cubriendo mi desnudez. Miré a mi padre con los ojos extremadamente abiertos.
― ¿Mi… madre? ―Él sonrió y señaló a mí alrededor.
El rosal ascendía por las paredes hasta llegar al agujero que había justo encima de nuestras cabezas, algunas rosas rojas se había separado de la pared haciendo un tejido complejo. Mis ojos estaban confusos. No lograba entenderlo. ¿Por qué trataba a la planta como si fuese mi ma…?
― Tenía muchas ganas de verte. Siempre que te ha visto estabas en tu otra forma. Me ha dicho muchas veces que quería poder ver a la mujer en la que te has convertido. ―Las palabras de mi padre se clavaban como espinas en mi corazón.
― Yo… yo no… no… no entiendo… ―dije intentando que algo coherente saliera de mis labios.
Mi padre se acercó a mí a la vez que yo retrocedía un paso. No me fiaba de él. Me había ocultado demasiadas cosas que no entendía.
― Lo lamento, hija ―dijo mi padre mientras decidía no volver a acercarse y darme el espacio que necesitaba―. Cuando naciste, ella me dijo que ocurriría. Ansiaba poder enseñarte lo que eras, pero sabía que no podría vivir lo suficiente como para protegerte de la crueldad del mundo.
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La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?
RomansaUna Princesa, un dragón y un caballero de brillante armadura. Pero sobre todo, un misterio atado a una leyenda que los unirá para siempre. ― He dicho que no soy culpable de ser un asesino, lo que no quiere decir que no sea culpable de otro tipo de c...