― ¿Dónde estamos? ―pregunté mientras miraba hacia el horizonte.
Después de unos cinco, diez, tal vez veinte minutos sin que él dijera una sola palabra, ensimismado como estaba en el maldito mapa; cruzado de piernas y sentado en el suelo como si fuese un niño pequeño, no había podido llamar su atención ni una sola vez. Parecía estar calculando algo en sus notas.
Yo había empezado a dar vueltas por ese reducido espacio, en lo alto de no sé dónde, y con vistas directas a toda la región. Había una considerable caída desde allí, por lo que no me había atrevido a mirar por el borde para saber exactamente dónde estábamos. También comencé a cruzar los brazos, dar pequeños golpecitos con los pies, e incluso a morderme las uñas, un hábito que hacía mucho que no hacía.
El día había empezado agitado y seguía peor. Sobre todo después de lo que me había dicho. Todavía seguía dándole vueltas a sus palabras. Jordi había visto a mi padre cuando yo nací. Ese era un dato importante. ¿Por qué no me había dicho mi padre que el dragón podía adoptar forma humana?
Otro dato importante era que Jordi se había quedado en la región y había divulgado la leyenda de San Jordi por los pueblos vecinos, por eso había llegado la historia a mis oídos, pero no vino hasta mi pueblo para seguir con su farsa porque temía que mi padre lo reconociera. Sin embargo… se había quedado en esta región en lugar de marcharse a otro lado y evitar así que lo descubrieran.
Y todo por… ¿Mí? Pero… ¿Por qué?
― ¿Cuántos guardias había? ―preguntó Jordi sacándome de mis cavilaciones. Yo parpadeé un par de veces antes de contestar.
― ¿Guardias?
― Sí. ¿Había… uno o dos en la parte superior, verdad? Y el de siempre, según lo que me has dado a entender, en el pasillo ―dijo sin apartar la mirada del mapa―. ¿Cuántos suelen haber?
― Había tres. Normalmente, durante el día son cuatro, cinco como mucho. Uno por cada lado del castillo. ―Luego me agaché a su altura para mirar el mapa.
― Entonces, había menos guardias de los que acostumbran. Pero… ―Se detuvo y frunció el ceño extrañado.
― ¿Pero? ―lo insté. Alzó la mirada y me miró a los ojos.
― Pero había el guardia de siempre en una zona donde la puerta estaba cerrada con llave ―observó. Yo abrí los ojos de par en par al entender lo que quería decir. Me senté a su lado con las piernas juntas.
― ¿Por qué pondrían un guardia en un lugar donde la puerta está cerrada y no en la torre?
― Dudo que pusieran uno en lugar del otro, más bien, simplemente…
― Faltaba uno ―terminé por él.
Me levanté de golpe quitándole el mapa de delante con brusquedad y busqué algo con la mirada. Jordi se levantó al mismo tiempo que yo con los brazos cruzados y mirándome con los ojos entreabiertos.
― ¿Sabes que pedir las cosas es de buena educación?
― Dado que nunca me has pedido nada desde que nos conocemos, creo que es justo que te muestre la misma consideración. ―Luego alcé la cabeza―. ¿No crees? ―Él abrió la boca un momento dispuesto a decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor. Un instante más tarde, frunció el ceño y decidió hablar de todos modos.
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La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?
RomanceUna Princesa, un dragón y un caballero de brillante armadura. Pero sobre todo, un misterio atado a una leyenda que los unirá para siempre. ― He dicho que no soy culpable de ser un asesino, lo que no quiere decir que no sea culpable de otro tipo de c...