Capítulo 8: ¡Pequeños detalles que nadie me dijo y debía saber!

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            Como ya supuse al entrar en la habitación de mi padre, la sorpresa fue lo primero que sus ojos reflejaron, seguido por un temor y una alarma bastante palpable. Al parecer, el maldito beso me había dejado con el cerebro hecho puré, porque no tuve en cuenta que Jordi me seguía de cerca y que en cuanto entrara en la alcoba de mi padre él también lo haría.

            ― Papá, tranquilo, soy yo, lo juro ―dije temiendo que me confundiera con algún tipo de visión o algo peor, el propio dragón camuflado. Pues recordé al momento la confusión y la alarma que tiñeron los ojos de Carles cuando llegué donde estaba preso.

            Mi padre estaba visiblemente asustado, con las manos aferradas al borde de la cama. No dijo nada, se mantuvo quieto y callado mirando alternativamente de mí y a Jordi. Intenté acercarme un poco más a mi padre, pero él siguió retrocediendo, o lo habría hecho de no haber estado la pared.

            ― Papá, sé que esto puede resultarte difícil de creer, pero soy yo, estoy viva. ―Di un paso más hacia él, pero de nada sirvió, parecía tener tanto miedo― Papá, confía en mí. No vamos a hacerte daño.

            Me acerqué más, pero mi padre sujetó una funda de espada que tenía cerca de una mesa de madera y la sostuvo frente a mí. Suspiré con cansancio, esto no llevaba a ninguna parte. Antes de ser capaz de detenerle o decir nada, Jordi pasó delante de mí, tiró lo que mi padre sujetaba al suelo, y con una mano tocó un punto de su cuello haciendo que perdiera el conocimiento al instante.

            ― ¿Estás loco? ―grité desesperada―. ¿Qué le has hecho? ¿Por qué lo has hecho?

            ― Esta bien. No te preocupes.

            ― ¿Qué no me preocupe? ¿Qué no…? ―seguí gritando―. ¡Acabas de agredir a mi padre! ―Jordi chasqueó la lengua mirando a mi padre tendido sobre la cama, totalmente inconsciente.

            ― Eres una exagerada. No lo he agredido, sólo he hecho que perdiera el conocimiento y dejara de estar a la defensiva. ―Se apoyó despreocupadamente sobre la ventana―. Cuando despierte estará mucho más relajado, ya lo verás.

            ― Esto ―murmuré pensando detenidamente―. Es lo mismo que hiciste conmigo, ¿verdad? Para que me relajara.

            ― Más o menos ―afirmó encogiéndose de hombros―. He considerado que la situación era demasiado tensa como para andarme con rodeos, así que he decidido que lo mejor era dejarlo fuera de combate directamente para que luego se sintiera mucho más… cooperativo.

            Abrí los ojos de par en par en cuanto escuché su absurda explicación. ¿Qué tenía de cooperativo que estuviera desmayado? ¡No podía hablar con mi padre si no estaba consciente! Eso sólo hacía que perdiéramos el tiempo. Sin embargo, y para mi asombro, sólo se me ocurrió una pregunta. Una que no tenía nada que ver con la razón por la que estábamos allí.

            ― ¿Y si era tan fácil, por qué besaste mi cuello en lugar de hacer lo mismo que le has hecho a mi padre para que fuese más sencillo raptarme?  ―Su sonrisa burlona y su modo de mirarme lograron hacer que recordara el beso que habíamos compartido apenas hacía unos minutos.

            ― Porque lo más sencillo nunca es lo más divertido.

Me quedé mirándole unos instantes sin poder evitarlo. ¿Por qué había tenido que hacer esa pregunta? No era relevante. Ni siquiera era importante su respuesta. Tenía que dejar de seguirle ese estúpido juego de una vez. Dejar de hacer preguntas de las cuales quería saber su respuesta, pero que en realidad no eran necesarias.  

La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora