Capítulo 25: De vuelta al castillo

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            ― No lo veo.

            La afirmación me hizo reír. Habían pasado pocas horas, pero en mis alas solo notaba una pequeña molestia. Las había ejercitado sin parar, moviéndolas a cada oportunidad. Jordi había insistido en que ya averiguaríamos lo que había ocurrido en el pueblo, en la cueva y con mi padre cuando estuviera bien del todo. O en su defecto lo estuviera él. Sin embargo, yo no podía esperar.  ¡Tenía que saberlo ya!

            ― ¿Venga, no serás ahora un cobarde? ―espeté.

Su rostro estaba vuelto hacia el horizonte donde una nueva puesta de sol nos daría la oscuridad necesaria para llegar a cualquier lado sin ser vistos.  

            ― Prudente, diría yo.

            ― Pues no me dijiste lo mismo la primera vez ―dije con los ojos entrecerrados y frunciendo el ceño levemente.

            ― La primera vez, princesita, no tenías las alas destrozadas.

            El sol estaba ya prácticamente oculto, no era una gran altura, pero desde allí se podía ver gran parte de Montblanc. Los tonos naranjas, rojos y dorados del atardecer bañaban todo lo que mis ojos veían.

            ― Puedo hacerlo ―dije con convicción―. Quiero hacerlo. Necesito hacerlo. ―Me volví para mirarle, su cara era un poema. Intentaba reprimir un gemido de frustración e inseguridad. Y su expresión era puro sufrimiento.

            ― ¿Y no puedes esperar un día más? ―dijo al fin. Yo lo miré extrañada.

            ― ¿Y pasar otro día en la cama?

            Me miró con una ceja alzada y esbozó esa dichosa sonrisa que tanto adoraba a pesar de que en ocasiones me enfurecía.

            ― Bueno, ya que lo dices… Creo que no la hemos… probado lo suficiente. ―Puse los ojos en blanco a la vez que enrojecía levemente. No lo podía evitar, siempre acababa sacándome los colores.

            ― ¿Es que siempre piensas en lo mismo? ―Él se inclinó un poco hacia mí y me susurró.

            ― Solo si se trata de ti, princesa. ―Me giré intentando parecer enfadada.

            ― ¡Ya claro! ¿Y qué me dices de esa jovencita que salvaste de la ira del Dragón? ―le reproché sin poder evitarlo.

            Él se apartó un poco y me miró con las cejas alzadas por la sorpresa. Luego, sin ton ni son, se puso a reír. Yo fruncí todavía más el ceño, esta vez realmente furiosa por su falta de tacto.

            ― No le veo la gracia ―puntualicé cruzándome de brazos y mirando hacia otro lado.

            Jordi me cogió de golpe y me acercó a él. En ningún momento descrucé los brazos.

            ― Pues yo lo encuentro muy gracioso ―dijo acercándose hasta que su nariz rozó mi mejilla―. Eres preciosa cuando te pones celosa.

            Asombrada ante su afirmación, alcé las cejas a la vez que un rubor difícil de esconder teñía mis mejillas.

            ― ¡No estoy celosa! ―grité avergonzada.

            ― ¿Ah, no? ―Negué con fuerza―. ¿Entonces no te ha importado que se me insinuara? ―Al ver que no decía nada siguió―. Y por supuesto tampoco te importó que me besara. ―Mi cuerpo se tensó al recordarlo besando a esa…―. Y debo entender que tampoco te ha molestado que aceptara su beso.

La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora