― ¿Estas completamente seguro de esto?
Mis manos me temblaban a lado y lado de mi cuerpo mientras las cerraba en un fuerte puño. Apreté los labios y miré hacia abajo.
― ¡Que sí! ¡Tú hazlo! ―gritó.
Di un par de pasos más hasta quedar al borde del precipicio. Jordi me había dejado uno de sus pantalones, que a pesar de que a él le iban ceñidos a mí me quedaban bastante grandes. Los había ajustado a la cintura con un cinturón, del mismo modo que la camisa blanca, la cual me quedaba holgada.
― Yo no lo tengo muy claro… ―dije en voz alta y mirando recelosa hacia abajo ―. ¿Y si no funciona?
― Funcionará. En cuanto tu cuerpo sienta que caes, aparecerán las alas. ¡Pero para eso tienes que tirarte! ―me gritó desde abajo.
Primera lección para ser un dragón; volar. Aunque antes de eso tenía que poder hacer aparecer las malditas alas. Y para ello necesitaba un… ¿Cómo lo había llamado? ¡Oh, sí! Estímulo. Pero… ¡Maldita sea! ¿Tenía que tirarme por un precipicio de veinte metros para ello?
― Si no salen… vas a cogerme, ¿verdad? ―me cercioré de nuevo. El me miró cruzando los brazos, casi podía oírle bufar desde esa altura.
― ¡Te lo juro! ¡Vamos princesita, demuéstrame que tienes agallas!
Respiré profundamente, miré al frente y retrocedí unos diez pasos atrás. Me preparé como si estuviera a punto de empezar una carrera y eché a correr hacia el precipicio. Mi respiración se aceleró por segundos, y justo cuando iba a llegar al filo… me detuve en seco. Escuché a Jordi refunfuñar algo y pude imaginarlo frunciendo el ceño hastiado.
― ¿Y ahora qué?
Yo lo miré de nuevo con el corazón a cien y puse los brazos en jarra.
― Pues… que agallas tengo, dragón. ¡Pero creo que no soy candidata para el suicidio! ―le grité.
Aunque no lo vislumbraba bien, supe el instante exacto en el que puso los ojos en blanco ante mi comentario. Luego rasgó la blusa que se había puesto al hacer aparecer las alas con más brusquedad de la necesaria y voló hacia mí.
Sabía lo que pretendía y no estaba dispuesta a permitírselo. Empecé a correr en dirección opuesta, pero no llegué muy lejos…
― Vamos, princesita. Te creía más valiente ―dijo mientras aterrizaba delante de mí. Yo me crucé de brazos incapaz de mirarle.
― No puedo hacerlo, ¿vale? Esta… demasiado alto. ¿No podemos comenzar por una pequeña roca… o algo así? ―Él me miró enarcando una ceja mientras recostaba sus alas contra el suelo.
― ¡Claro! Y si quieres ponemos un montón de cojines bien mulliditos para que no te duela el trasero al caer, ¿qué te parece? ―Y aunque estaba claro que no lo decía en serio, yo sonreí con inocencia.
― Pues me parece muy bien ―exclamé―. ¿Entonces, dejamos lo del precipicio, no? ―La sonrisa que esbozó se esfumó tan deprisa que no tenía claro si no lo habría imaginado.
― No.
― ¡Oh, vamos! ¡Seguro que hay otro modo de hacerlo sin tener que tirarme por un precipicio! ―me quejé imitando a una niña pequeña. Entonces curvó sus labios en una escalofriante sonrisa.
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La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?
RomanceUna Princesa, un dragón y un caballero de brillante armadura. Pero sobre todo, un misterio atado a una leyenda que los unirá para siempre. ― He dicho que no soy culpable de ser un asesino, lo que no quiere decir que no sea culpable de otro tipo de c...