15. Ave fénix

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Pasados los tres días de luto, todo volvió a la normalidad dentro de lo que cabía.
O por lo menos, Cair Paravel había recuperado su frenética actividad diaria.
Los reyes, en cambio, continuaban desolados por la tragedia.

Habían pasado cuatro días desde la batalla, cuatro días sin Cora. Todavía no habían asimilado que ya no estaba, pues la chica llenaba de alegría cualquier estancia en la que se encontraba.

Edmund aún creía que, en cualquier momento, entraría por la puerta con una sonrisa y correría a rodearlo con sus cálidos brazos. No podía dejar de imaginar que era una broma, que no había ocurrido.
Sin embargo, sabía que no era la realidad. Ella no volvería, aunque se autoengañase con aquella ilusión como mecanismo de defensa.

Desde lo ocurrido, las noches eran el mejor momento del día para el joven rey.
Solo durante ese rato podía evadirse de la realidad, pues no había noche en la que Cora no apareciese en sus sueños. En cada uno de ellos, ahí estaba la reina junto a él. Tomándole de la mano. Mirándolo a los ojos. Susurrándole "te quiero". Los sueños eran tan nítidos que casi podía oler el perfume de la chica y sentir sus labios sobre los suyos.

Lo peor llegaba al despertar, al abrir los ojos y darse cuenta de que no eran más que meras imaginaciones de lo que podrían haber sido.

Justo aquella mañana, el rey justo estaba soñando con la muchacha. Cora vestía un vestido blanco, estaba preciosa como siempre. Él estaba a su lado. Ambos se encontraban en un pequeño bote, remando juntos en pleno mar. El cielo era de color azul intenso y los rayos de un resplandeciente sol los envolvían.
La luz natural iluminaba la cara de la chica, dejando ver a la perfección cada una de sus facciones. Aquellas que Edmund se había aprendido de memoria para no olvidarlas jamás. Los ojos expresivos de color miel, las mejillas color carmesí, la fina nariz, los labios carnosos y rosados, el pelo largo y oscuro (que en el sueño llevaba recogido en una trenza que le caía por la espalda)...

 Los ojos expresivos de color miel, las mejillas color carmesí, la fina nariz, los labios carnosos y rosados, el pelo largo y oscuro (que en el sueño llevaba recogido en una trenza que le caía por la espalda)

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- Edmund, - le llamaba por su nombre con su melodiosa voz, algo que jamás volvería a oír- te quiero.

Él se aproximó a la reina, casi podía sentir su tacto.

- Yo también. - le correspondió él, acercándose hasta unirse en un beso. Le dolía que nunca hubiera escuchado esas palabras salir de su boca.

- Todo saldrá bien. - volvió a hablar ella separándose del rey - No te olvides de mí, quiero seguir viva en tu corazón.

- No lo haré. Nunca. - prometió abrazándola.

Poco a poco la reina comenzó a desaparecer entre sus brazos, dejándolo solo en la barca. En ese momento se despertó, maldiciendo que hubiera sido solo un espejismo de su mente.
Se frotó los ojos, y se levantó de la cama. Se puso lo primero que pilló y bajó a desayunar con el resto.

- Buenos días. - le saludó su hermana menor con una sonrisa cuando se sentó a su lado.

- No sé si se pueden considerar "buenos" - respondió él con franqueza, huntando mantequilla en una tostada.

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