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Advertencias:
Lenguaje maduro, violencia, abuso y demás temas duros de tratar. No intento sensualizar nada, solo mostrar la crudeza de la realidad. Mi intención es escribir una denuncia social y de paso el protagonista tiene diesiseis-diesisiete. Les dejo un enlace externo para que la lean completa. Voy a editar algunas partes para no tener problemas.

https://wordpress.com/post/cachorrosyamos.wordpress.com


Por favor, sus comentarios me ayudan a mejorar, no se olviden de dejarlos.

El último cliente acabó de subirse los pantalones. Noel lo siguió con los ojos desde el rincón donde fue a refugiarse. Cuando salió dejó la puerta abierta y pudo ver cómo depositaba el dinero en el mismo gorro que Brill había usado la vez anterior. No perdió tiempo y sigiloso tomó el sombrero estirando un brazo flacuchento y cerró la puerta. Con el botín en la mano, se vistió a prisa, a pesar de lo dolorido que estaba.

El de la salchicha resultó ser uno de esos sádicos, tal y como temía. El cliente que le siguió no fue tan malo, solamente quería follar y punto. Noel contó la ganancia un par de veces y la separó en tres partes. Dos fueron a cada bolsillo y la tercera era para Brill. Salió y se escabulló entre el grupo, que ya empezaba a dispersarse. Brill lo notó de inmediato.

—Dame eso —exclamó el taxista arrebatándole el gorro—. Y dame el dinero.

Noel le obedeció y le dio la fracción que le había separado. Intentó escapar antes de que se diera cuenta, pero Brill lo atrapó del brazo.

—Muy gracioso, ya dame el dinero.

—El resto es mío —protestó Noel zafándose ante la sorpresa del taxista—. Esa es tu parte, ahora déjame en paz.

A Brill le tomó un momento procesar el hecho de que el puto se le rebelaba. Levantó el puño, listo para darle una lección, pero alguien lo detuvo. Su sorpresa fue aún mayor, porque era su jefe quien le sostenía el brazo y no tenía intenciones de dejarlo ir.

—Deja que se vaya —le escuchó gruñir con las cejas muy juntas sobre su frente.

—Le tengo que recordar su lugar a esta perra, luego se puede largar. Así que no te metas —fue la respuesta del taxista.

No iba a retroceder ni un milímetro, el gesto de su jefe por proteger al puto acababa de incendiarlo por dentro. Iba a agarrar al gatito y le iba a dar una buena lección solamente para desquitarse.

El jefe le hizo un gesto al chico y este escapó tan rápido como le dieron las piernas.

En la calle la noche ya había entrado, pero no sabía la hora exacta. Era difícil de saberlo sin un reloj, porque oscurecía a las cuatro de la tarde. Lo que sí sabía era que el año iba a terminar en tan sólo cuatro días.

Así que apuró el paso y al doblar la calle, descubrió que las tiendas estaban abiertas. Había una que le interesaba más que las otras, la de segunda mano. La calidad era lo de menos, pero algunas veces había cosas buenas, porque las obtenían de los contenedores de donaciones de zonas adineradas. Cuando niño, iba con Jade en busca de prendas y zapatos no tan gastados. Los botines que usaba en ese momento, habían salido de una de esas excursiones.

Jade los había sacado del fondo del contenedor. «Toma, para ti», le dijo y al probárselos le quedaron grandes. De tanto usarlos estaban hechos pedazos, los conservaba porque primero, no tenía otro par y segundo, había sido un gesto de Jade conseguirlos para él.

Por lo pronto, necesitaba comprarse ropa de abrigo. Los días de ir de la mano de Jade a cazar ropa, como él decía, habían terminado. Devan les dio una golpiza al enterarse de lo que andaban haciendo y Jade encontró otro modo de agenciarse prendas.

Cachorros y AmosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora