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Noel estaba presente y era la única persona en esa habitación que le importaba. No quería que lo viera así, indefenso, a merced de ese monstruo. Quiso gritarle que todo iba a estar bien, pero su garganta solo producía un sonido quejumbroso. Intentó conservar la dignidad que le quedaba apretando los dientes y conteniendo las lágrimas.

El dolor era imposible de tolerar. Era como si una lanza caliente atravesara su carne y estuviera a punto de partirlo por la mitad. Cierto, ese era su cuerpo sacudiéndose frenético, peleando inútilmente contra las ataduras que lo sujetaban a la cruz de madera. Quizá ese era el fin de su vida. Dolía como si lo fuera.

No.

No podía estar sucediendo, tenía que ser una pesadilla, una demasiado vívida. Apenas despertara, iría corriendo a la habitación de su niñera. ¿Cuál era su nombre? ¿Ingrid? No, Felicia hizo que la despidieran la semana pasada. ¿Karen? Ya no podía llevar la cuenta.

De todos modos, iría a buscar un sosiego para sus temores nocturnos: la despertaría y haría que le preparara un emparedado.

Ella pondría alguna película en su idioma y con subtítulos para que él pudiera leerlos y se durmiera en el proceso.

Solo es una pesadilla, Luka. Regresa a dormir, papi, le diría Ingrid, su niñera favorita.

Cuando se ponía terco y se rehusaba a rendirse al sueño, ella lo dejaba apoyarse contra su enorme pecho. Lo dejaba oler su perfume a selva y lo adormilaba con el sonido de su voz. Ingrid le contaría una historia, alguna de las de allá, del pueblo que extrañaba tanto y al que no podía volver...

Susurró su nombre, la llamó sin quererlo. Quería que Ingrid viniera a despertarlo, a sacarlo de ese mal sueño y que lo llevara a su habitación.

No, no era una pesadilla. Era mucho peor. El recuerdo se desvaneció y pudo escuchar los gruñidos de aquel sujeto de cabello blanco. Horrendos ojos grises y manos como estacas sujetándole la garganta. Quiso apartarlo de una dentellada, pero solo consiguió que le apretara más el cuello. Su voz se ahogó en su pecho.

Maldición, el dolor se hacía más fuerte y más hondo. Podía sentirlo en su estómago revuelto de náuseas.

—Oz, eres más placentero de lo que esperaba.

¿Quién eres tú? ¿Quién es Oz?

—¿No tienes nada que decir? Hace un momento atrás tenías los ojos encendidos y no había modo de callarte.

Cállate. No quiero escucharte.

—¿No es impresionante el cuerpo humano? El modo en que tu cuerpo se adapta a mis deseos. Como tus músculos se abren a mi voluntad y se contraen a mi alrededor.

Le susurraba al oído sin detenerse, sin pausar el ritmo que imponía a sus penetraciones. No, Luka no quería seguir oyendo las palabras melosas que se colaban en sus oídos. Sacudió la cabeza en un vano intento por apartarse de esa voz.

—El dolor nos lleva a Dios... ¿No te parece un pensamiento ridículo? La ignorancia es atrevida —dijo el depravado lanzando una carcajada—. Si supieras quién tenía esa idea tan idiota, te reirías... Ahora dime, Oz... ¿Duele?

Luka ahogó un grito visceral al sentirlo moverse más profundamente dentro de su cuerpo. El ritmo era brutal. Lo sacudía contra la cruz de madera. Tenía las muñecas en carne viva y gotas de sudor le resbalaban por la frente.

—El dolor y el placer provienen del mismo lugar, de la misma región del cerebro, pero son como dos caras de la misma moneda. Como tú y yo en estos momentos, Oz. Todo esto es muy placentero para mí.

Cachorros y AmosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora