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Nunca pensó caer tan bajo. A Luka Thompson se le congelaban las partes nobles mientras, de pie y a la intemperie, esperaba el autobús junto a sendos pasajeros.

La ciudad de Nueva York lo recibió con pocos grados de temperatura y una ventisca helada. En consecuencia, tenía los pies mojados por la nieve remanente, los labios quemados por el frío y un temblor en sus dientes perfectos.

Refundido en su miseria, Luka pasó varios minutos buscando al culpable de su desgracia y concluyó que era él mismo. Eran las consecuencias de sus decisiones apresuradas, sin embargo, no se arrepentía de tomarlas. Amy se lo dijo, todavía podía escucharla vociferar como si estuviera poseída por algún demonio.

—¡Haz lo que te dé la gana! Regresa a Nueva York, vete con el chico ese, tírate del balcón si quieres. —Por cómo se sacudía de la cólera, parecía que le iba a dar vueltas la cabeza también—. ¡Tenemos una maldita sesión de fotos en Sacramento, por si te olvidaste! ¡Pero no! ¡Al niño Luka se le ha metido la idea de largarse y mandar todo a la mierda!

Amy parecía una fiera enjaulada, iba de un lado al otro de la suite, recogiendo sus pertenencias.

—¿Ya terminaste de relinchar? —y Luka no tenía tiempo para sus reclamos.

—¡Carajo contigo! Sólo quiero hacerte ver tu error. Si tomas ese avión, si te vas detrás de ese muchacho aquí acaba todo Luka. ¡No me vuelves a ver!

—¿Lo prometes? —replicó. Quizá no debió hacerlo, pero no tenía paciencia para escuchar los reclamos de Amy.

Encontró el maletín de mano al lado de su cama y empezó a llenarlo de cosas. No estaba prestando atención a lo que hacía, demasiado ofuscado como para fijarse en lo que empacaba.

—¡Vete a la mierda Luka! ¿Sabes qué? —Empezó a reírse histérica—. Anda a ver cómo llegas a Nueva York sin mi ayuda, pendejo.

Sí, Amy gritaba como una banshee. La conocía bien. No eran amigos desde la infancia por nada. Sabía de antemano lo radical de sus reacciones. De haberle respondido, habría avivado la hoguera de ira que la consumía. Quizá no debió ignorarla de ese modo, pero no tenía sentido enfrascarse en una discusión inútil.

—¡Qué te jodan, Luka! —Vio que ella fruncía la cara de rabia—. ¡Y no vengas a buscarme cuando ese mocoso te meta en problemas y estés hundido hasta el cuello!

Amy tomó su cartera y arrancó la carrera como caballo desbocado. Azotó la puerta y casi la descuadró del marco. Al irse, reinó el silencio por un breve instante. Ella se fue, dejándolo solo con sus pensamientos. Cierto alivio lo invadió; ahora podía hacer toda la rabieta que quisiera. Empezaría por lanzar cosas y golpear el colchón hasta desconcharlo y... No, no tenía tiempo que perder.

Cerró el maletín, agarrándose la piel de los dedos en el proceso y maldiciendo en todos los idiomas que conocía. Tomó su chaqueta de invierno, se la puso al hombro y abandonó la suite.

Recostado contra un muro, Luka intentaba calentarse las manos. No tenía idea de la hora que era, ni cuándo iba a pasar el autobús. Sólo sabía que necesitaba un baño urgente, porque traía la misma ropa desde que había salido del hotel. Sentía el cuerpo sucio y oloroso. No quería ni tocarse la cabeza, aunque le escociera al borde de la locura.

En ese momento deseaba regresar a la suite que había dejado en San Francisco, al clima tibio, a la gente amable... en vez de perecer en ese invierno eterno de la ciudad de Nueva York, rodeando de gente que se esmeraba en ignorarlo.

Sobretodo extrañaba a la gente amable y colaboradora de California. Porque cuando marchó a la recepción del hotel de San Francisco, una joven rubia lo recibió con una sonrisa afable.

Cachorros y AmosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora