Capítulo 6

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Los gemidos de mi vecina

Don terminó de bajar todo lo que necesitaba para su intempestivo viaje, dijo un cortante "adiós" y salió.

Ya  daban las cuatro de la tarde cuando Meryl quedó sola en casa. Se abrazó a sí misma y frotó sus brazos. Suspiró mirando hacia la calle por el ancho ventanal de su sala y poco después se dirigió al cuarto de pintura, quitó la sábana blanca del atril que estaba en el centro, era el lienzo en el que estaba pintando hacía un rato.

Su obra estaba casi terminada. Meryl era una pintora talentosa, era  realmente una gran artista, lástima que al casarse echara a la basura todas sus ambiciones profesionales, sus sueños de ver sus pinturas en alguna famosa galería del país.

Dio un último retoque a la pintura y se quedó mirando la creación de sus manos, contemplaba con atención cada rasgo y cada retoque en el rostro que había retratado.

Por lo regular le tomaba más de dos días acabar una pintura de rostros, los paisajes eran mucho más fáciles, pero los rostros necesitaban más cuidado, eran de más detalle, precisión,  cálculo... pero ese curiosamente solo le tomó un par de horas.

Pierce estaba ahora con ella, invadió también aquel espacio, su pequeño y gran lugar: su santuario.
Era el rostro de él el que había retratado. Lo pintó con una expresión tranquila mirando hacia adelante.

¡Dios! Tenía todo un trauma, todo un trauma formado de un solo día. ¿Era posible sentir tal atracción por una persona solo con un beso? Pues no había necesidad de indagar exhaustivamente al respecto porque viendo el estado de Meryl después de aquel beso era más que claro. Estaba nerviosa, sentía ansiedad, su mente repetía una y otra vez la escena vivida, sus labios se empeñaban en retener el sabor de Pierce, sus manos temblaban y el deseo de concluir aquella escena  acrecentada. Sentía mucho calor.

. . .

El agua fría recorría su cuerpo y la espuma bajaba por su espalda, necesitaba aquella ducha no solo por las altas temperaturas típicas de esa estación, si no también para relajarse un poco. El coraje por la actitud poco condescendiente de Meryl lo tenía molesto. Esa no fue la forma más acertada de tratarlo, pensó. Sí bien, no esperaba que se lanzara a sus brazos y le besara con pasión (aunque quisiera), pero por lo menos esperaba una actitud de una adulta.

Era como si ella estuviese huyendo, huyendo de sentir algo, de vivir algo diferente. Tal vez sentía miedo de hacer algo que no estaba contemplado en su aburrida vida calculada y monótona. ¡Era una cobarde!

Salió de la ducha y se envolvió de cintura hacia abajo con una toalla negra y con otra igual pero un poco más pequeña secó su rostro.

Justo iba a abrir su guardarropas, cuando escuchó el timbre. Hizo un gesto de disgusto y se dirigió a la puerta. El timbre sonaba repetidamente, con insistencia.

  - Quiero que hablemos. -Dijo la rubia cuando la puerta estuvo abierta.

Ese día definitivamente era el día de los invitados increíblemente no esperados.

Pierce la miró extrañado y apoyó su hombro en el borde de la puerta. Sus pectorales notoriamente marcados estaban a la vista necesitada de Meryl.

  - No creo que tengamos nada de qué hablar. Fuiste muy clara conmigo hace un rato, me dijiste que...

No pudo terminar pues Meryl se abalanzó sobre él, lo empujó con ella hacia adentro y con la punta del pie derecho cerró tras sí la pesada puerta de madera. 

Lo recostó a la pared y lo empezó a besar. Rodeó su cuello con sus brazos y lo acercó a sí tanto como pudo.

  - Me importa muy poco lo que haya dicho ahorita. -Susurró mientras lo besaba.

|Los Gemidos de Mi Vecina|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora