Capítulo 11

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Los gemidos de mi vecina

Llevaban poco tiempo de viaje. Después del frívolo encuentro en la puerta del departamento de Meryl, Pierce la ayudó a guardar el equipaje y emprendieron así el viaje. Solo un par de miradas intensas y un leve roce de dorsos iniciados por Pierce.

  - ¿No piensas decir nada en todo el camino? -Preguntó Pierce sin descuidar su frente en el camino.

  - No hay nada que decir. -Respondió sin expresión alguna.

Apoyó su codo en la ventana y su cabeza en la palma de la mano.

  - El viaje es de casi seis horas y ¿tú piensas conservar este silencio tan incómodo en todo el trayecto? -Insistió, desviando un momento la vista de la pista para mirarle.

  - No hay nada que hablar. Nada que decirnos. Conservemos la distancia y las cosas marcharán bien, sabes que es lo mejor. -Dijo firme.

  - ¿Usualmente eres así de cobarde?  -Preguntó de golpe.

  - ¿Yo? ¿Cobarde? ¿Solo porque he decidido que es mejor conservar la distancia con un jovencito que bien podría ser mi hijo? Eres ridículo. -Atacó molesta.

  - Te gusta estar conmigo Meryl. Te pone como te lo hace este jovencito, sientes tanto placer que mueres de miedo. -Dijo con los ánimos ya un  poco enardecidos.

No quería responderle de aquella manera, pero realmente odiaba cada vez que Meryl insistía en que él era solo un niño y esa era la razón de su arrepentimiento, cuando en realidad era su ánimo volátil y su cobardía por permitirse sentir tantos cosas por un "adolescente".

  - ¡Eres un maldito engreído! No sé como fui capaz de caer en tu red, eres un...-Gritó de ira y frustración.

Pierce se desvió de la carretera y estacionó en un pasto cercano, luego comenzó a bajar su cremallera. Debía callar a Meryl de alguna puta manera.

  - ¿Qué rayos haces? -Preguntó al verlo bajar su ziper y tocar su miembro aun cubierto por el bóxer.

  - He estado teniendo problemas por las noches desde ese día que quedamos a medias. No te imaginas todo lo que he pensado contigo. Es más, creo que deberías echarme una mano,  me dices si viene algún carro.

Pierce por dentro reía, Streep estaba roja y la gritería de unos segundos ahora era un silencio casi sepulcral. Obviamente no se masturbaría delante de Meryl, solo quería jugar con ella.

  - Vamos, ¿qué dices? ¿me vas a dar una mano o me dejarás con este problema en los pantalones?  -Preguntó una vez más con aire burlesco.

Él seguía tocándose lentamente por encima del bóxer y ella solo lo veía con las mejillas enrojecidas. Luego de unos segundos se envalentonó y enarcó una ceja, ¿Pierce quería jugar? Ella jugaría...con él.

  - Claro que sí. Te voy a dar una mano. Para eso son los amigos. -Dijo con voz seductora y acercando peligrosamente su mano al muslo fuerte de Pierce.

El pobre hombre palideció de inmediato, él solo estaba jugando con ella, le gustaba ver arder sus mejillas ruborizadas, pero al parecer los papeles se habían invertido, ella había colocado el tablero a su favor, ahora era ella quien jugaba con él. ¡Eso debía ser una broma pesada!

Pierce permanecía en silencio y ella sonrió victoriosa al ver como temblaba con sus palabras.

  - Vamos, ahora te has quedado mudo. ¿Dejarás que te eche de una mano? -Preguntó moviendo su pecho de forma sugestiva.

  - No, no tienes que hacerlo. Me queda claro que eres una buena amiga pero no, no tienes que hacer nada. -Dijo en voz baja, aclarando su garganta.

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