Capítulo 2

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Los gemidos de mi vecina

Ya los últimos rayos rojos teñían el cielo azul, ahora cada vez más opaco, la tarde esplendorosa daba paso al inicio de la noche, eran las seis de la tarde aproximadamente y yo venía extenuado, mi cabeza parecía querer dar vueltas, me gusta lo que estudio, aunque sinceramente a veces deseo dejar todo a medias, pero sé que no lo haré, la actuación es una de mis más grandes pasiones, era un anhelo, un deseo apremiante y creciente, estudiar y aprender cada día sobre la actuación era ya una necesidad.

Me acerqué al ascensor del conjunto y después de 5 minutos estaba frente a mi departamento, merecía un descanso, mi cuerpo lo pedía a gritos. Saqué las llaves del bolsillo delantero de mi jean negro y me dispuse a abrir.

- Buenas tardes. -Le escuché saludar cordialmente pasando cerca de mí.

- Tardes...-respondí.

Era Don, llegamos casi siempre a la misma hora. Don es un reconocido escultor, aunque no es precisamente su buen trabajo el que envidio...

Entré al departamento y lancé mi morral al mueble más cercano. Me quité los zapatos deportivos que llevaba y me dirigí a la alcoba. El calor era insoportable, me quité toda la ropa, entré al baño interno de mi habitación y me recosté en la tina, Dios, me urgía un masaje.

Sin siquiera planearlo a mi mente vino el rostro de Meryl, sus ojos penetrantes y aquella sonrisa jodidamente perfecta, también creí ver sus senos llenos, firmes y blancos mostrándose solo el principio gracias al escote de su blusa, pensé en sus caderas cubiertas por la fina tela de alguna de sus faldas de tubo...esa mujer era una diosa y si yo seguía de esa manera me volvería un loco...

. . .

- ¿Cómo pasaste la tarde? -Preguntó él.

- Bien. Comencé a pintar un paisaje, en eso pasé la tarde. -Respondió la rubia sin mirarle, sus ojos estaban fijos en la pasta que preparaba.

- Me parece muy bien. Deberías enseñar algunas de esas pinturas. Ponerlas en venta, alguna exposición en una galería...

- No, ya te he dicho que no pinto para hacer un negocio, simplemente es una distracción. Además, no creo que alguien de un dolar por un cuadro mío. -le interrumpió, frunció los labios y dejó la pasta a fuego lento.

- Meryl, ¿bromeas? Pintas magnífico. Yo daría todo lo que tengo por un cuadro donde autorretrates tu rostro. -Se dirigió a ella y la contempló con devoción.

Ella sonrió con ternura, Don siempre era así.

-Hace mucha calor, ¿no crees? -Preguntó con malicia y desabrochó dos botones de la camisa vinotinto que Meryl llevaba puesta ese día.

Meryl gimió al sentir las secciones de Don en su cuello, eran claras sus intenciones.

- Don, estoy cocinando...-él pareció no escuchar, pues siguió en su trabajo.

Meryl continuaba gimiendo, ahora sentía la mano de Don, justo encima de su centro aun cubierto por la falda ajustada que traía.

- Se quemará la pasta, cariño...-Dijo con los ojos cerrados.

-Pues que se queme...-Dijo rápidamente, para después dejar el trasero de su esposa en el comedor, tenía pensado hacerle un par de cosas...

. . .

- Creo que iba muerto del calor...-Dije sintiendo como pequeñas gotas de agua corrían por mi cuerpo, ya había salido de la ducha.

Me paré frente al amplio guardarropas para sacar algo cómodo, no saldría esa tarde, necesitaba descansar.

Me decidí por una bermuda azul y una musculosa blanca, tomé un bóxer del último cajón y estaba a punto de colocarmelo cuando escuché eso, eran, a ver, eran...sí, eran gemidos. Los mismos que me atormentaban cada tarde, maldita sea, yo trataba de ignorarlos, trataba de fijar mi atención en cualquier otra cosa para pasar por alto la excitación que representaba para mí escucharla gimiendo. Pero no, esa vez no ignoraría ese placer...lo enfrentaría.

Me acerqué a la pared izquierda de mi cuarto y pude escuchar con mayor claridad. Hasta sus gemidos eran perfectos...Meryl siempre lograba trastornarme, no se lo proponía, no se daba cuenta, pero me ponía, me prendía. Los gemidos eran lentos y luego se aceleraban, lentos y luego más rápidos, era un vaivén, primero decadencia y después ascenso. La toalla que llevaba enrollada a la cintura se soltó y pude ver mi miembro, estaba duro, duro y apuntando hacia arriba, Dios, creo que era muy indigno tocarme, aplacar con mis propias manos el deseo...Me pegué completamente a la pared, seguía escuchando los gemidos, jadeos y algunas frases lascivas...La punta de mi miembro tocó la fría pared y ya pude soportarlo, comencé a tocarme...nunca lo había hecho. Parecía el más atrevido de todos, pero ha decir verdad no lo era, jamás había estado con una mujer y nunca quise darme placer a mí mismo...hasta ese momento.

Me recosté en la cama y mi mano se movió a lo largo de mi erección. La movía al ritmo de los gemidos, iba al sonido de su placer, cuando sus gemidos eran rápidos, yo bajaba y subía con rapidez los toques de mi mando y cuando los gemidos de ella disminuían yo hacía lo mismo...empecé a sentir una tensión en mi pelvis, como un hormigueo, fue ahí cuando cerré mis ojos e imaginé que Meryl estaba sobre mí, que mi miembro grueso atravesaba dentro de su ser, llegando a lo más hondo y luego saliendo para volver a ser llena por mi protuberancia, y aquellos gemidos eran por causa de eso, la velocidad de mi masturbación seguía al ritmo de su voz.

Ahora notaba que Meryl gemía mucho más fuerte y cada vez más rápido, yo seguía sintiendo la tensión en la pelvis...dos, diez, veinte y sentí como mi miembro latía entre mis manos y el líquido de mi placer corría por ellas, mi pecho subía y bajada a velocidad, la rubia ya no gemía y yo, yo tenía que repetir esto.

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Es una historia que he planeado hace mucho...espero les haya gustado.

¿Qué les gustaría que pasara ahora?

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