Capítulo 20 - FINAL

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Los gemidos de mi vecina

Todos estaban desesperados. Mary May se movía de un lado a otro con los ojos húmedos. Que Meryl haya traicionado su confianza, como ella creía, no era suficiente para que no le importara su salud, tenía tanto miedo de que le pasara algo, el señor Brosnan estaba atónito, Don estaba echado en un rincón, la culpa acabaría con él, Louisa estaba llorando sentada en la banca de espera, ¿qué iba a hacer si la persona que más amaba en el mundo le pasaba algo? ¡Dios! Y ella había sido una maldita perra. Tenía semanas sin hablarle, pocas veces atendía sus llamadas y nunca más le visitó. Por último Pierce, su estado era tal vez indescriptible. El pobre apenas y podía mantenerse de pie. Caminaba de un lugar a otro, una que otra lágrima inoportuna se escapaba y su respiración estaba descontrolada. Recordó aquel episodio cuando vio a la mujer de su vida rodar por las escaleras y la sangre circuló con fuerza con sus venas, clavó las uñas en sus puños y se dirigió donde Don.

- Te juro que si le pasa algo a Meryl acabaré contigo, Don. - Le amenazó, altanero.

Don le miró con expresión abatida y suspiró, no le respondió.

- Responde, maldito cobarde. -Gritó.

Todos los presentes, incluidos sus padres y Louisa miraron hacia ellos pero no intervinieron, cada uno estaba tan sumergido en su propia preocupación.

Don continuaba sin responder, solo lo miraba con la misma expresión de dolor y quizá arrepentimiento de hace rato.

Los ánimos de Pierce se calentaban más y más y que Don no respondiera a lo que él decía solo hacia que sus ganas de partirle la cara incrementaran, mismas ganas que decidió saciar de inmediato.

Estalló de un momento a otro su mano contra el rostro de Don, él lo empujó para evitar devolverle el golpe, pero Pierce seguía amenazando.

Mary May y su esposo se levantaron de inmediato y se acercaron donde ellos, Louisa hizo lo mismo; se acercó a su padre y le gritó a Pierce un par de groserías, después de todo al que estaba golpeando no era un cualquiera, era su padre y por otro lado Mary y su esposo lo sujetaron. Pierce gritó de frustración y después de tantos ruegos por parte de sus padres, Pierce se sentó y Louisa llevó a Don a la enfermería para que le curasen, no era nada grave pero ella quería que lo revisaran.

- Tienes que calmarte, Pierce. A todos nos duele esta situación. Meryl está grave, crees que en algo la mejora este comportamiento? -Le dijo ella acariciando su mejilla.

Ella podía sentir el desespero en su hijo, ningún enojo podía hacer que ella no lo apoyara en una situación así.

- Él es el culpable de todo eso, mamá. ¿Cómo crees que me siento? -Respondió abatido.

- Pero tus golpes no van a cambiar lo que ya está hecho, hijo. -Le dijo el señor Brosnan tocando sus hombros.

- Te juro que acabaré con él si a Meryl o a mi hijo le llega a pasar algo. -Les respondió Pierce entre dientes.

Sus padres solo lo miraron acongojado. Entendían el sufrimiento de Pierce, sentía que podría perder a su hijo y también la mujer de la que se había enamorado.

Independientemente de la forma en que se dieron las cosas, Mary May y su marido los entendían. El amor era así, nadie decidía, él hacía la elección, destinando a dos personas a querer tenerse, como marionetas. Sin importar las circunstancias, el tiempo, sin entender razones.

Meryl y Pierce tenían tanto en contra y solo algo a su corriente: ese sentimiento puro que había nacido entre ambos. Empezaron jugando y terminaron atados, inexorablemente enamorados. ¿Quién podría revelarse en contra de eso?

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