Los gemidos de mi vecinaMeryl estaba rota y sus sentimientos rodaban por el piso, se odió a sí misma por permitirse querer a alguien tan falso como lo era Pierce, estaba molesta consigo misma por creer en imposibles, por pensar que él realmente la quería, que quería estar con ella. Sí, era una estúpida. Camino a su auto se gritaba internamente una y otra vez lo idiota e ilusa que era.
- Meryl, espérame. -Escuchó un grito relativamente cerca, a sus espaldas.
Pierce corrió tras ella después de haberla visto.
La rubia se detuvo y volvió su rostro para verle. Pierce se paró frente a ella con la respiración agitada y antes de poder emitir alguna palabra, sintió un ardor en su mejilla, Meryl había estampado la palma de su mano en ella.
- Ve a seguir en lo que estabas, cabrón. -Dijo en voz baja, pero en tono amenazante.
- Meryl, debes escucharme primero. Yo...
- Vete a la mierda, campeón. -Intervino entre dientes y una mirada llena de furia.
Pierce sabía que era caso perdido seguirla. Volvió sus manos puños y se maldijo una vez tras otra. ¡Qué mierda era todo aquello!
Meryl empezó a manejar sin control, su vista estaba nublada a causa de las lágrimas que amenazaban con salir y su corazón latía desesperado. Su temperatura debía estar baja y sus manos empezaron a temblar. Maldito, maldito Pierce. ¿Cómo pudo creer en él?
Pasaban los minutos y la calma no llegaba, la desesperación la embargaba a cada segundo un poco más. Pensó en un lugar a donde ir y por su mente pasó el lugar perfecto. Don y ella tenían una propiedad en un lugar bastante apartado de la ciudad. Era una hacienda, un lugar tranquilo, donde se respiraba paz y mucha calma. Solían ir ahí en vacaciones pero con el pasar del tiempo cada vez la visitaban menos, era hora de ir ahí otra vez.
Llegó a la hacienda cuarenta minutos después, parqueó el carro y entró corriendo, subió a la recámara principal y se lanzó a la cama. Intentó no derramar una lágrima más pero resultó imposible. Su corazón estaba tan herido.
Sollozó largo rato tendida en la cama y par de horas después, luego de tomarse un té logró calmarse.
El dolor no se había ido, pero había cedido. Tomó su celular, quitó el modo avión y llamó a Don.• Al teléfono •
- Hola, Meryl. Ya es bastante tarde, estoy preocupado por ti. Intenté llamarte pero creo que lo tenias apagado.
- Solo llamé para avisarte que no llegaré hoy. Así que no me esperes.
-¿Cómo que no llegarás hoy? ¿Dónde estás?
- No me esperes.
- Por Dios, Meryl. Estoy preocupado por ti, intenté llamarte muchas veces, ahora llamas y lo único que puedes decir es que no te espere?- Vete a la mierda, Don.
Colgó la llamada y lanzó el teléfono a un lado. No estaba de ánimos para discutir tonterías.
Regresó a la cama y el cansancio de todo aquel inimaginable día le permitió caer en un sueño tal vez confortable.
¿Cuánto dolor puede soportar una persona? Es imposible obtener una respuesta, pero lo que tenemos claro es que Meryl había soportado lo insoportable.
. . .
Aquella mañana despertó temprano. Colocó sus pies en el piso frío y frotó sus brazos, se levantó y tomó un abrigo del perchero al lado de la mesa de noche y lo vistió. Se sentó frente a su peinador y miró su reflejo en el espejo. Lucía pálida y debajo de sus hermosos ojos se habían formado unas pequeñas bolsas, unas ojeras desagradables, su cabello estaba desordenada y no había un ápice de brillo en su mirada. ¿Por qué Pierce le había hecho eso?, se torturaba cuestionandose a sí misma. ¿Por qué no le dijo desde un principio que no le quería? ¿Por qué ilusionarla? Eso había sido cruel, inhumano. Jugó con sus sentimientos, con su confianza. Nunca le perdonaría aquel daño.
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|Los Gemidos de Mi Vecina|
FanfictionMeryl Streep es una mujer de casi cuarenta años, llevando a sus espaldas un matrimonio y vida rutinaria. Su único escape son los lienzos en su cuarto de pintura. En un tiempo soñó con exponer sus obras en alguna lujosa galería pero la crianza de su...