Capítulo 6

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«La amistad sabe a enchiladas»

Sehun lo había secuestrado.

Tan seguro como de que apenas pusiera un pie en su trabajo, el gerente, un hombre de edad avanzada y con un carácter de pocas pulgas, iría a retarlo por faltar sin aviso y revocarle el gafete que lo distinguía como miembro del personal; Luhan podía asegurar que el tipo con sonrisa arrogante y mirada de lunático que caminaba a su lado, acababa de tomarlo rehén en una aventura en la que él se negó a participar.

Porque lo hizo, ¿o no?

Una cosa era acceder a dejarlo ayudarle con sus problemas para relacionarse, otra muy distinta darle permiso para arrastrarlo consigo al otro lado de la biblioteca, a un sitio que ni siquiera conocía. «Tampoco protestaste mucho», se mofó la voz de su cabeza, recordándole la escena: a Sehun entrelazando sus manos y apremiándolo a caminar, mientras Luhan se limitaba a boquear como pez fuera del agua y obligaba a sus torpes pies a no tropezar.

Fue un camino sencillo, aunque largo. Claro que podrían haberse ahorrado el esfuerzo si el coreano hubiera ido a por la moto que cada mañana dejaba aparcada frente a la tienda de conveniencia, donde el dueño le hacía favor de cuidársela a cambio de ser un cliente fiel y no ir nunca con la competencia; pero Sehun dudaba que el ciervo estuviera listo para un reto como ese.

Cuando al fin se detuvieron, el castaño se sorprendió al advertir el pintoresco restaurante al que acababan de llevarle. Parecía el típico lugar para disfrutar de una comida familiar, animado y decorado al puro estilo mexicano. Luhan leyó el colorido letrero que identificaba el negocio: "El mostacho" y no se sorprendió al caer en cuenta de que todos los meseros vestían tejanos, camisas negras y sendos mostachos falsos colgando bajo las narices.

—¿Po-Por-Por qué me tra-trajiste aquí?

—Tal vez te estés quedando sordo —Sehun se burló—, ¿o no recuerdas que antes dije que te invitaría algo delicioso?

—S-Sí, pero... yo cr-creí...

—Vamos, ya verás que te gustará.

Entraron, el motero no esperó a que alguien se acercara a recibirlos y pasó de largo, hasta el fondo del lugar, donde los gabinetes concedían cierta privacidad, con sus espacios reducidos y las lámparas con sombreros que atenuaban agradablemente la iluminación.

Luhan no podía dejar de repasar los detalles escondidos en todo el lugar, desde el papel picado que colgaba del techo, hasta los cráneos con flores pintadas empotrados en los muros. Por todos lados había mostachos, gruesos, largos y otros más graciosos, los habían pegado a los cuellos de las botellas o grabados en las servilletas y en cada fotografía que acompañaba la decoración, los hombres que aparecían lucían increíbles bigotes.

Se había dejado encantar, cuando un mesero se plantó frente a él, sólo que no era cualquier camarero.

—Más vale que estén aquí para comer o mi jefe me despedirá por desperdiciar una mesa —les advirtió Minseok.

Llevaba puesto el uniforme del restaurante y un larguísimo bigote que se movía cada vez que hablaba. Luhan lo reconoció porque alguna vez le había visto en la escuela y es que dicho sea de paso, pero aquel chico era imposible de ignorar. Tenía un encanto felino que resultaba magnético y un aura como de ídolo que lo hacía resaltar allá dónde iba.

—Tranquilo, hyung —lo calmó Sehun—, justo a eso hemos venido.

—¿De verdad? Pues, genial. Entonces, ¿qué van a ordenar?

—Yo me sé el menú, pero es la primera vez que Luhan viene a este lugar. ¿Por qué no le explicas un poco?

Minseok sonrió.

De chicos malos y ratones de biblioteca || HunHan ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora