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Adonai llegó a toda velocidad a la iglesia a la que siempre asistía su Antoine. Se lo encontró sentado en las escaleras de esta, con el rostro hacia el cielo y la mirada perdida.

"Antoine..." Le llamó mientras se sacaba el casco y bajaba de la motocicleta.

Este lo vio como respuesta al llamado. Adonai detuvo sus pasos y sintió que el corazón le dio un brinco en el pecho. Le sorprendió tanto como le dolió ver aquel perfecto rostro marcado por un golpe, un puñetazo de seguro, tenía el labio reventado y la mejilla enrojecida. Esos perfectos labios que hace solo unos momentos había estado besando, oh, esa perfecta mejilla que sus manos habían acariciado. ¿Cómo alguien se atrevía a lastimar de tal forma a ese ángel?

"¿Estás bien?" Murmuró, acercándose a él, conteniendo las ganas de llorar.

"Lo estaré." Y le sonrió ampliamente, como si la separación y seguida curvatura en sus labios no le causara dolor. No solo dolor físico, sino también emocional.

"Te llevaré a mi apartamento, ¿sí? Mañana... Mañana... No lo sé. Te ayudaré a resolver todo. No puedo verte así. Vamos a ponerte hielo o algo."

"Adonai, no..."

"Antoine, sí. ¿Qué te pasa?"

"Yo... lo siento. No quería estar solo y por eso te llamé pero... no puedo dejar que hagas esto."

"Antoine..."

"No me gustas, Adonai. No soy gay."

Adonai frunció los labios y apretó sus manos en puños al verle desviar la mirada.

"¡¿Eres idiota, Antoine?! ¡No estoy haciendo esto solo porque me gustes! ¡¡Somos amigos, grandísimo cabeza hueca!! Ahora, ¡deja de decir estupideces y súbete a la maldita moto!"

Antoine observó sorprendido con sus claros ojos la expresión de molestia en el rostro del más alto. Esperaba una reacción diferente.

Pero esa la reacción perfecta.

Perfecta como Adonai.

Filosofía De Vida Para Noches de InsomnioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora