Capítulo 4: Estrategia Hichwen

344 38 16
                                    

"Y de pronto cuando una piensa que lo tiene todo controlado, que la razón es la que manda en tu vida, alguien vuelve a hacer latir un corazón que pensabas estaba dormido"

(Las chicas del cable)


Martes 4 de Julio de 2017

—¿Ya te vas a almorzar?

—Sí, pero iré al Starbucks, debo regresar a terminar una corrección para hoy. ¿Quieres ir?

—Ya quisiera yo —respondió Malú, ladeando su boca con una mueca de tristeza—. No puedo, tengo una reunión en diez minutos. ¿Cómo es posible que trabajemos en 4 de Julio? ¡Explícame eso!

—Pues porque hay mucho trabajo y nos pagan el doble.

—Sí, ese es mi consuelo.

—¿Quieres que te traiga algo?

—No, estoy bien, gracias.

—De acuerdo, te veo luego.

Melina salió del edificio de Athilio peleando con el paraguas, en Nueva York llovía como si el mundo fuera a acabarse y los pronósticos anunciaban que toda la semana estaría la ciudad bajo el agua. A pesar del mal tiempo, las calles se encontraban tranquilas, era un feriado patrio y la lluvia había estropeado todo tipo de celebraciones al aire libre. Sin embargo, a Mey le daba igual, pasaría la siesta trabajando y el resto del día encerrada en su departamento y, con suerte, si el tiempo ayudaba, vería los fuegos artificiales desde la ventana de su habitación. No eran como las fiestas patrias de su Argentina, que sin dudas, no tenían nada que envidiarle a los demás países.

Llegó al Starbucks ubicado a tres manzanas de Athilio, tenía poco tiempo para el almuerzo y a decir verdad, quería el sándwich de pavo que preparaban en la cafetería, era simplemente exquisito y se le hacía agua la boca de solo pensar que iba a comerlo. Mientras hacía su pedido, Melina no divisó que quién la seguía desde que había salido de la editorial, se sentaba en una mesa bien apartado para no ser visualizado.

Cuando por fin tuvo su almuerzo acompañado de un jugo de arándanos, eligió una mesa al lado de la ventana, para mirar la lluvia y, quizás, a algún despistado que patinara con el agua y terminara de bruces al suelo. «Te va a llevar el diablo por maldita» pensó, sin embargo, no le importó demasiado. Suspiró con deleite, mientras saboreaba el sándwich y miraba la lluvia, el clima así siempre la inspiraba a escribir. A veces pensaba que tendría que vivir en algún lugar del mundo que lloviera la gran parte del año. Era extraño, pero adoraba ese tipo de clima, amaba el invierno y cualquier excusa que la mantuviera calentita en su casa.

Estaba ya terminando su almuerzo, cuando un jovencito de no más de veinte años, se acercó a ella con una guitarra. Melina lo miró intrigada.

—¿Puedo cantarle una canción, señorita?

—Hmm, lo siento, pero tengo que regresar al trabajo —respondió, porque le daba vergüenza que todos los clientes del Starbucks vieran que le cantaban. Pero, ante la mueca de desilusión del jovencito, suspiró resignada—. Olvídalo, te escucho, tengo algunos minutos más.

—Muchas gracias.

—¿Qué canción cantarás?

—Una de Morat. ¿Conoce la banda?

—Hmm, no, ¿debería conocerla?

—Pues sí, porque son fantásticos. La canción se llama Mil tormentas.

«Genial» pensó Mey, porque las tormentas la perseguían. Sin embargo, no dijo nada, simplemente comenzó a escuchar los acordes de la guitarra del jovencito. Al escucharlo empezar a cantar, se sorprendió, porque lo estaba haciendo en español y creyó que el grupo Morat era inglés o algo por el estilo.

Miradas eternasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora