"El regreso a casa tiene una mezcla de melancolía y felicidad. Melancolía por todo lo nuevo que dejamos atrás, y felicidad por volver a casa. Porque en casa... siempre hay algo de paz"
(Casi Ángeles)
Sábado 8 de Julio de 2017
—Debes volver a Madrid.
Fueron las palabras que Connie empleó cuando le marcó al móvil en plena madrugada y fue tal el aturdimiento por lo que le había relatado, que no tuvo tiempo de preparar una maleta, solo salió con un bolso de mano, la ropa que tenía puesta y partió hacia el aeropuerto para tomar el primer vuelo que la llevara a Madrid. Estaba aturdida y asustada por lo que había acontecido, temía, temía por sus seres queridos, temía que algo malo sucediera tras lo ocurrido en el departamento de Cat, temía porque recordaba lo que había acontecido años atrás con su amiga.
Tragó saliva, mientras miraba como anochecía en la capital española, iba en un taxi hacia el hospital en donde Cat estaba internada, no podía creerlo, no podía creer que Manuel hubiera ido a España en busca de su amiga, que siguiera siendo un enfermo, un violento, un hombre que debía pudrirse en la cárcel o tener la peor de las muertes. «Las personas así nunca cambian» se reprochó, porque tiempo atrás, creyó que alguien así podía curarse, presa de la ingenuidad de no saber nada sobre violencia de género.
Bajó rápidamente del taxi, sentía que los minutos corrían, que el tiempo pasaba demasiado deprisa y que Cat la necesitaba más que nunca. Entró prácticamente corriendo al hospital, preguntó por la sala en que su amiga se encontraba internada y el secretario le informó que el horario de visitas había finalizado tres horas atrás. Melina asintió, pero lo mismo se dirigió hacia la habitación donde se encontraba su amiga y se sorprendió al ver que allí no había nadie conocido. «¿Dónde están todos?» se preguntó y, antes de entrar al cuarto sin ser vista por nadie, le envió un mensaje a Connie.
Sabía que estaba pasando por sobre las reglas del hospital, pero poco le importó en ese momento ser correcta y entró a terapia. Divisó a Cat en una camilla contra la ventana y se acercó, temerosa. Largó un sollozo al verla pálida, con los ojos hinchados, lastimaduras en los brazos, la frente y cardenales violetas en cada pedazo de piel.
—Hijo de puta —masculló, rabiosa—. Maldito hijo de puta.
—M... Mey —Se acercó a su amiga, viendo a Cat abrir los ojos con pesadez—. Vi... vini... viniste.
—Shh, cariño —susurró, dándole un beso en la frente, con cuidado de no lastimarla, porque ciertamente en todo su rostro estaban los rastros del maltrato recibido—. Te amo, Cat. A tu lado voy a estar siempre, hermana mía. No hables, shh, descansa que no voy a irme hasta verte bien.
Catalina volvió a cerrar los ojos y Melina la tomó de la mano, mientras lloraba, porque no podía creer que la escena de años antes, cuando eran apenas jovencitas, se repitiera frente a sus ojos nuevamente. «No pude hacer nada por ti, Cat. Perdóname por ser la misma tonta de hace años» se juzgó, con dolor.
Manuel había sido el primer y único novio de Cat, al principio parecía un chico ideal solo con el defecto de tener diez años más que Catalina, pero independiente de eso, parecía ser de esos hombres que tus padres quieren en la familia, aunque con el pasar del tiempo, inevitablemente, la máscara que oculta a una mala persona se cae.
Era cotidiano que Melina, en la escuela, le viera cardenales a Cat en los brazos, a lo que su amiga justificaba con que eran culpa de las máquinas del gimnasio. Luego, con el tiempo, llegaron las cortadas en las comisuras de los labios, y finalmente, un hecho que tanto Melina como Bárbara nunca iban a olvidar.
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Miradas eternas
Ficción GeneralMelina dejó Madrid tras una serie de eventos desafortunados y puso tierra de por miedo con Giovanni, sin embargo, una repentina y dolorosa muerte la obliga a permanecer a España. Mientras que Giovanni, lucha día a día por conseguir la tan ansiada ca...