Capítulo 14: Mamá

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"Y cuando crees que nada puede hacerte más daño, se abren nuevas heridas... Heridas que no sabías estaban ahí, porque cuando una herida que no sabías que tenías se abre las consecuencias son imprevisibles. Por eso antes de dar pasos adelante tienes que estar muy segura de que estás bien, de que el pasado es pasado y no puede volver a hacerte daño"

(Las chicas del cable)


Sábado 16 de Septiembre de 2017

—Melina, déjame explicarte, por favor.

—¡¿Explicarme qué?! —gritó, furiosa, con las lágrimas bañando todo su rostro. Era tal el dolor de la desilusión, que aunque quería mostrarse fuerte, no podía—. ¡Que le fuiste infiel a mamá con esa puta! ¿Cómo pudiste, papá? —vociferó, fuera de sí, mientras su hermano mayor la retenía para que no se abalanzara sobre Humberto—. ¡Destruiste toda la familia!

—Melina, no, no es así.

—Me destruiste a mí —Lo culpó, porque era tal el dolor que sentía, que no podía manejar sus emociones por mucho que quisiera—. ¡Te odio! Juro que te odio con toda mi alma.

—No me digas eso, por favor.

—Eres la mierda más grande de este mundo. Te odio, te odio, te odio. Te tenía en un pedestal y vienes a destruirlo todo —gritó, limpiándose el rostro con las mangas de la camiseta que llevaba puesta—. No quiero verte nunca más en mi vida.

—No me pidas eso, Melina.

—Arruinaste mi puta vida. No quiero verte nunca más —Humberto sintió una punzada de dolor al ver odio real en los ojos de su niña, de Melina, su hija preferida—. Te odio tanto, te desprecio, me das asco.

—Melina...

—Nunca más vuelvas a cruzarte en mi camino —Le advirtió Melina, señalando con el dedo. Se soltó de su hermano mayor y, con el corazón hecho una piedra, dijo—: Te deseo todo el mal a ti y a esa mujer. Te deseo que vivas en desgracia como has desgraciado la vida de nuestra familia.

Melina cerró los ojos con fuerza ante aquel recuerdo, como si de alguna manera, así pudiera frenarlo. Recordaba a la perfección ese día, las palabras que le dijo a su padre iban a quedar grabadas siempre en su mente y se odiaba por eso, por haber sido tan vil, tan baja, tan rencorosa de haberle deseado el mal a su propio padre, a un hombre que cometió un error, error que cometen muchas personas. «No eres mejor que nadie, Melina» le recordó su mente. Tragó saliva, porque tanta crueldad le daba ganas de vomitar, ¿cómo es que se había dejado enceguecer por tanto dolor? Lo había maldecido como si fuera un ser repugnante y eso le quitaba el sueño. Pero ella, una adolescente de lo más moralista y con conceptos sociales e incluso religiosos tan arraigados, había juzgado ese acto de su padre como algo imperdonable. Y no solo eso, sino que luego la infidelidad de Ismael, las discusiones con su ex novio y ese amor tan tóxico, terminó por destruirla. Había sido su peor etapa, una etapa que deseaba enterrar de una buena vez por todas.

—Lo siento mucho, mi nenita —susurró Norma, abrazando a Melina, que tenía los ojos hinchados de tanto llorar. No podía creer la noticia con la que se había desayunado esa mañana, pero no había mucho que pensar o lamentar, debía de acompañar a Melina en el duelo. Su niña guardaba silencio, solo acariciaba a Apolo y tenía la mirada perdida, como si estuviera absorta en recuerdos—. Tienes que ser fuerte. Entiendo el duelo por el que estás atravesando, pero déjame decirte algo, tú papá te cuidará desde el cielo toda la vida.

—El cielo no existe.

—Ay, amorcito, sé que estás triste. Pero... ¿entiendes lo que quiero decir?

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