Capítulo 1: Caminos separados

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"¿Futuro o pasado? Todas tenemos que decidir en algún momento de nuestra vida hacia donde queremos mirar. Si quieres aferrarte al pasado para quedarte con lo que ya conoces o si quieres dejarlo atrás y mirar hacia delante. El futuro a veces da miedo porque es desconocido, pero también es mucho más emocionante y puede hacer vibrar al corazón de una forma que no recordabas"

(Las chicas del cable)


Jueves 30 de Junio de 2016

—¿Crees que vuelvan a suspender el vuelo?

—Espero que no, mamá —respondió Melina, largando un suspiro de cansancio. Odiaba profundamente los servicios públicos argentinos. Odiaba el colectivo. Odiaba el subte. Odiaba los aviones. Odiaba a todas aquellas prestaciones inmateriales que no cumplían con su palabra y se jodían en el usuario que les pagaba el sueldo. No toleraba la impuntualidad y las condiciones en las que se brindan algunos servicios en Argentina—. Aguanté una vez, dos también, pero ya tres veces no voy a aguantar esta aerolínea de mierda. ¡Qué porquería tan grande!

—Espero no se te ocurra ese berrinche de adolescente —Mey largó una risita, porque... ¿cómo olvidarlo? Había agarrado a patadas un colectivo, sí, un autobús. Porque detestaba el monopolio de esa empresa de transporte que había en su barrio, odiaba su impuntualidad, lo irrespetuosos que eran sus choferes y que se jodieran en todos los usuarios que utilizaban su servicio—. Recuerdo que le maldijiste toda la descendencia al pobre chofer.

—Bueno, es que había esperado por más de dos horas y rendía un exámen importante en la facultad —se justificó, aunque había sido un arrebato estúpido, porque tuvo serios inconvenientes con la policía y Alba tuvo que inventar que su hija tenía una enfermedad que la hacía actuar de ese modo—. No me gusta esperar, mamá, lo sabes. Nunca voy a dejar de odiar los servicios públicos hasta que demuestren que valen la pena.

—Parece como si quisieras irte rápidamente —Mey miró a su madre, con la taza de café a medio camino hacia su boca, porque ciertamente las palabras de Alba denotaban cierto reproche. Suspiró, negando, devolviendo la taza a la mesa. La tomó de la mano y le sonrió con sinceridad. No solía tener muchas muestras de cariño con Alba, pero en ese momento, quiso hacerle entender que por si ella fuera, se quedaría toda la vida a su lado, sin embargo, había formado su camino lejos de su nido—. Olvidalo, sé que odias que me ponga sentimental.

—No lo odio, mamá, solo que... es extraño, entre nosotras dos nunca nada ha sido sentimental —Alba ladeó su boca—. No te culpes, mamá, las dos somos poco demostrativas y solo nosotras entendemos nuestra relación y que así, sin muchas demostraciones de cariño, nos amamos mucho.

—Oh, definitivamente tienes un don para la palabra.

—Supongo que para eso nací —opinó Melina, sin decir en voz alta, que era para lo único que se consideraba útil—. ¿Vas a ir a visitarme?

—Por supuesto, en Enero estaré en Nueva York y ya muero por conocer esa fantástica ciudad.

—Prometo hacerte un tour por la ciudad.

—Por supuesto que lo harás, si no, me iré yo sola.

Melina admiraba la independencia que tenía su madre, porque años atrás, Alba había sido una mujer dependiente e incluso manipuladora. Quizás, dar el paso a la separación con su padre, la habían hecho cambiar su forma de ser y volverse una mujer independiente, libre, sin ataduras, que no dependía de un hombre para seguir con su vida y mucho menos que le importaba el qué dirán.

Finalmente, a las nueve de la noche, se anunció que el vuelo Córdoba-Nueva York saldría. Melina se despidió de Alba sin muchos preámbulos, odiaba las despedidas, mucho más con sus seres queridos, porque sentía que las palabras o los sentimientos la envolvían impidiéndole irse. Odiaba empezar de nuevo. El desacostumbrarse de algo. «Quizás si aprendieras a desacostumbrarte de lo malo y no también de lo bueno, te iría bien en la vida» le reprochó su mente y ella la ignoró, como siempre, como desde hacía semanas.

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