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El domingo antes de la hora de la comida, bajé a la cocina. El día anterior se había ido Jade y yo había pensado mucho en William. ¿Debía hacer caso a su hermana y tratar de acercarme a él? Sin embargo, mientras miraba los planos, lo había decidido sin querer. Quería que me contase sus planes para la segunda planta. Aún no tenía claro como quería hacerla y tal vez, él podía ayudarme.

—¿Me ayudas a preparar un pícnic? —pedí al chef, que me miró dudoso.

Estaba preparando el menú para toda la semana, pero paró de cocinar para prestarme atención. Por suerte, no había nadie más allí.

—¿Un pícnic? ¿Sabes el frío que hace?

—No voy a ir fuera —me reí un poco, aunque no pude evitar el calor que invadió mis mejillas.

Pensé que preguntaría más, sin embargo, sacó una cesta de uno de los armarios y empezó a dar vueltas por la cocina para llenarla.

—Él no va a aceptar esto —me dijo de pronto.

—¿Cómo sabes...? —pregunté, turbada y sonrojada.

—Tienes el brillo en los ojos de quién va a tener una cita y llevas preguntando por el señor William desde que llegaste. No hace falta ser un genio... ¿Vino?

—Claro. Y no es una cita, voy a hablar con él sobre sus diseños para el piso superior.

—Ya, pues suerte para que te abra la puerta...

Se encogió de hombros, metiendo unos táperes de lo que tenía preparado para la semana y una botella de vino, con dos tazas en la cesta.

Yo no discutí con él, pero tenía muy claro que me iba a abrir la puerta. Ya lo había hecho antes, ¿por qué iba a ser diferente? Y la última vez me había quedado en el rellano, pero no pensaba repetir para helarme el culo.

—Aquí tienes, caperucita —bromeó—. Cuando el lobo te dé un bocado en el culo, puedes venir a compartir esa comida conmigo.

—Saldrá bien, negativo. ¿Acaso no te conseguí la mejor cocina del mundo? —repliqué, risueña.

—Llevas razón. Si te lo propones, William Millerfort caerá rendido a tus pies. ¡Espera! Un postre.

Metió un táper más en la cesta y luego un bote de nata montada. No quise preguntar qué era, ya lo descubriría. Yo recogí un mantel de cuadros antes de salir de la cocina y pasé por mi habitación a por los libros que ya me había leído y los planos de la casa.

La torre me pareció incluso más oscura de lo normal. Ya me encargaría de que el sol volviera a entrar por esas ventanas, me daba igual lo que William dijera. ¿Qué necesidad había de que aquello pareciese una cueva?

Llamé con los nudillos cuando llegué arriba y esperé. Sin obtener respuesta. ¿Era posible que se hubiera ido? No, seguramente no. Insistí más fuerte y esta vez oí pasos pesados al otro lado.

—¡¿Qué?! —gruñó, malhumorado.

—Tengo que hablar contigo —le dije, mordiéndome el labio.

—Hoy no estoy de humor, señorita Hill —aseguró.

—Es sobre tus planos de la casa, William. —Una sonrisa traviesa que él no pudo ver se dibujó en mi cara y usé mi mejor tono inocente—. No entiendo por qué querías tirar esos dos muros de carga. ¿No crees que la casa se vendría abajo?

Me abrió la puerta de un tirón y yo me esforcé por ponerme seria. Me miró de arriba abajo y no pude distinguir lo que pensaba de mí entre tanto pelo por la cara. Me tendió una mano después y por un segundo, pensé que me estaba invitando a coger la suya. Sin embargo, entendí que pretendía que le diese los planos justo a tiempo para no sujetarle.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora