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William

Un golpeteo en la puerta me despertó y me levanté casi ilusionado pensando que sería Aysha que había vuelto. Sin embargo, era uno de los guardaespaldas de mi padre, que me miró con cierto desdén.

—El señor Millerfort quiere hablar contigo en la salita —explicó.

Supuse que no podía negarme a los deseos del señor Millerfort, pero no pude evitar poner los ojos en blanco. Tampoco me dieron tiempo a quejarme, porque el guardaespaldas se dio la vuelta y se largó de allí. Yo recogí una camisa y no me molesté en abrocharme más que un par de botones mientras bajaba las escaleras de la torre.

Tenía que concederle a Aysha haberme sacado de aquel lugar, pero sin ella abajo, me costaba encontrar un motivo para hacerlo. Salvo por orden expresa de mi padre, claro.

No logré encontrarme bien del todo, la ansiedad seguía presionándome el corazón y haciendo que latiese muy rápido, pero de una forma extraña, como si tuviera muy poco hueco en el pecho para ello.

Mi padre me esperaba en la salita, tomándose un té como si fuera lo más normal del mundo. Yo me pasé la mano por la barba, que pinchaba, antes de sentarme al otro lado de la mesa baja.

—Has parado mi obra —me dijo, aunque no sonó a regañina.

—Sí.

No estaba seguro de que esperase una respuesta, pero tampoco iba a fingir que no había echado de allí a todos los obreros el jueves a primera hora. Aquello era cosa de Aysha ya, y yo no iba a robárselo, quería que lo acabase ella, aunque quizá fuese egoísta por mi parte. En cualquier caso, había avisado a mi padre de lo que pasaba la mañana siguiente de que Aysha se fuese.

—¿Durante mucho tiempo? Estoy perdiendo dinero.

—Hasta que la señorita Hill pueda reincorporarse al trabajo.

—Según su contrato...

—No me jodas —le corté—. Su padre está grave, no vas a despedirla por eso y si lo haces, me encargaré personalmente de que te denuncie.

Mi padre me dirigió una media sonrisa que no entendí del todo. Tampoco es que conociese muy bien a ese hombre, aunque fuera mi padre biológico y legal. Cuando era pequeño, solía pasar un par de veces al año por casa, normalmente en mi cumpleaños y el de Lorcan, pero tampoco es que fuera muy fiable. Después de que mi madre muriese había tratado de formar parte de mi vida un poco más, pero entonces yo ya no le necesitaba.

—¿Y cuando acabe la obra, que pasará con la señorita Hill?

—¿A qué te refieres? —cuestioné, frunciendo el ceño.

—No me importa tu casa, William, nunca lo ha hecho y lo sabes. Pensé que verla acabada te motivaría para salir. Pero no soy idiota, no ha sido la casa. Es esa chica.

Me levanté para darle la espalda y apoyé un brazo en la famosa chimenea de oro. Aysha se refería a menudo a ella, como un ejemplo de todo lo malo, pero en el fondo sabía que estaba enamorada de aquel detalle. No miré a mi padre para responder, solo pude mirar el deformado reflejo de mi cara en el metal.

—Aysha se merece algo mejor que estar encerrada en la torre oeste.

—Quizá. ¿Vas a dárselo?

—Ella quiere quedarse con su padre, cuidándolo.

—La casa es grande.

Me giré de nuevo hacia mi padre. Tenía las cejas blancas ligeramente alzadas, pero por lo demás, no dejaba traslucir nada en su rostro.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora