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No pude evitar una sonrisa orgullosa cuando autoricé al señor Forks a pagar a los montadores de la cocina. Habían acabado en plazo, de alguna forma, incluso arreglando los muebles que estaban mal. Y el chef paseaba encantado de un lugar a otro, acariciando el mármol y metal nuevo y moderno.

—¡Esto sí es una cocina, Aysha! Buen trabajo —me felicitó, besándome las mejillas con fuerza.

Menudo cambio respecto a los gritos de la noche anterior. En cualquier caso, respondí con una sonrisa aún más grande, a su emoción.

—Para estrenarla, podrías hacernos un pastel —sugerí bromista.

—El más delicioso que puedas imaginar. ¿De qué lo quieres? ¿Fresas?

—Sería genial —me reí un poco—. Te ayudaré a traerlo todo desde la cocina falsa.

El resto de la tarde lo pasamos dando paseos al otro lado de la casa para ordenar la nueva cocina y cuando acabamos, ayudé al chef a preparar el pastel. En la granja siempre cocinaba con mis padres y aquello tenía un aire familiar y emotivo. Al que el chef le quitó hierro contándome anécdotas de cuando el señor William solo era un niño que se colaba por las noches a robarle el chocolate de la despensa.

—¿Cómo es él? —cuestioné, curiosa.

—Diferente a su padre —se limitó a decir el chef.

—¿Es buen hombre? —curioseé.

Yo quería saber más del desconocido de la torre y confirmar si era William Millerfort.

—Creo que eso, Aysha, depende de a quién le preguntes. —Me dirigió una sonrisa misteriosa. Aunque agradecí que al menos me tutease.

—Te pregunto a ti.

—Era un jefe autoritario. Sabía cómo quería las cosas y lograba imponer sus órdenes con facilidad. —Asintió un poco, antes de meter el pastel al horno. Yo me encargué de limpiar la harina de las encimeras nuevas—. Pero no era cruel, ni un sádico. Pedía cosas posibles. Una vez trabajé con un señoritingo alemán, que me hacía trabajar hasta que me sangraban los dedos. Como si mi comida se mereciera tal despropósito.

—¿Y quién diría algo malo del señor William? —curioseé.

—Supongo que la gente que no le tenía aprecio —se rio un poco, restándole importancia—. A esto le queda un rato. Seguro que tienes cosas mejores que hacer que mirar como sube la masa, Aysha.

—Claro, iré a asegurarme de que todo sigue en orden en mi ausencia —bromeé, antes de salir de la cocina.

El de las tuberías seguía trabajando, ya había cambiado todas las del sótano y las de la cocina, por suerte. Ahora estaba con los baños del servicio. Mientras, los hombres de Gerard, tiraban un par de muros que íbamos a eliminar para hacer el comedor mucho más espacioso, al igual que la sala de baile, que Jade se había empeñado en que conservásemos.

Y yo había sido inflexible en mantener la chimenea del comedor, pero arreglándola y embelleciéndola. Gerard estaba en ello personalmente en ese momento, puliendo y limpiando las filigranas de oro. Me dirigió una mirada cuando me oyó entrar y dibujó una sonrisa en su rostro manchado de polvo.

—¿Te imaginas? Oro en la chimenea... —bromeó un poco, poniendo mala cara.

—Es preciosa —me reí—. Pero toda mi casa podría mantenerse un año con el precio de la chimenea.

—¿No te parece una locura? Naces unos metros más acá o más allá y tu vida es un infierno o... bueno, tienes oro en la chimenea.

—No cambiaría a mi familia ni por todo el dinero del mundo, Gerard —reconocí con sinceridad.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora