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Me desperté al amanecer, pese a que la claraboya del techo se escurecía cuando le daba el sol para que los rayos de este no entrasen directamente y no estropease los libros ni los decolorase. Así que entraba claridad, pero no el calor y los destellos. Sin embargo, estaba sudando. Y tardé unos segundos en despertarme lo suficiente como para entender el motivo.

William tenía un brazo sobre mí y me pegaba a su cuerpo, mucho. El calor que me había despertado era el que emitía su cuerpo, que parecía un calefactor. Me pregunté cómo era posible que siempre estuviera tan caliente y luego no pude evitar sonrojarme yo sola por aquel pensamiento inocente.

Me moví en un intento de coger algo de aire frío, pero solo conseguí despertar a William, que primero me apretó más contra él, como si estuviera sorprendido por mi intento de «huida» y luego abrió sus ojazos azules.

Tenía los rasgos muy relajados por el sueño y, de hecho, me pareció que no podía abrir los ojos del todo, más dormido que despierto. En cualquier caso, era guapísimo siempre, pero en aquel momento, parecía no tener preocupaciones y me pareció aún más atractivo.

—Buenos días —saludó finalmente.

—No —me quejé, enterrando la cabeza en su pecho—. Quiero quedarme.

—No te he dicho lo contrario —se rio un poco—. Pero pensaba que podíamos intentar bajar a desayunar juntos... a la cocina.

—¿No es pronto?

—Sí, podemos dormir un par de horas más.

—¡No me refiero a eso!

Alcé la cabeza para mirarle y por su media sonrisa oculta ligeramente por la barba supe que me había entendido perfectamente.

—He dicho intentar —recalcó—. Me gustaría ver mejor lo que le estás haciendo a mi pobre casa.

—Está bien, intentar, dentro de un rato.

Volví a acurrucarme contra él. En realidad, no tenía ninguna gana de salir de allí. William enterró la mano que tenía bajo mi cuerpo en mi pelo y me acarició con cariño la cabeza, relajándome aún más, si es que era posible.

—Cuéntame algo —me pidió.

—¿Estás nervioso? —dudé.

Me lo planteé en ese momento, pero debía pasarlo mal por la sola idea de tener que salir de allí.

—Sí. Así que háblame para que no lo piense.

—¿Qué quieres que te cuente? —pregunté, algo nerviosa por tener que hablar de mí.

—Lo que sea. Anoche dijiste que tenías dos trabajos... ¿cuáles eran?

—Sigo teniéndolos en realidad. Ya sabes que mi padre tiene una granja. Suelo levantarme al amanecer para ayudarle con todo lo que hace falta allí. Generalmente limpiar los establos y eso, recoger los huevos, ordeñar vacas... Y también trabajo en un bar por las tardes.

—¿Por qué sigues trabajando en un bar? —Sonó tan extrañado que no pude evitar reírme.

—Acabé la carrera, pero no podía permitirme buscar trabajo de lo mío y seguir con mi padre. Él no puede llevar la granja solo. Ni me imagino como estará haciéndolo todo sin mí.

—¿Y volverás al bar y con tu padre y dejarás la arquitectura? —cuestionó confuso.

—Supongo. No me lo he planteado mucho. Ni siquiera sé muy bien por qué tu hermana me eligió a mí. No sé ni cómo me encontró —reconocí—. El caso es que acepté solo por el dinero. Era mucho. Podré volver a mi vida normal después —expliqué—. Con todas las deudas que tenía, saldadas.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora