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Las últimas dos semanas fueron una locura. Pero una locura de las buenas, de esas que acabas agotada en la cama, pero con una sonrisa. Había ido prácticamente cada tarde con William para decidir al milímetro los planos de la casa. Y cuando acabamos eso, empezamos a elegir muebles y decoración con revistas y muestras que había estado pidiendo a diferentes empresas.

Y las obras marchaban a pasos de gigante. Estábamos ya a mediados de noviembre, pero, aun así, era muy optimista con los tiempos. Pese a que aún no estaba acabada la planta inferior y la superior no estaba ni empezada. Sin embargo, las cosas iban teniendo otro color y sabía que montar los muebles sería mucho más rápido que tener que tirar y levantar paredes, enyesar y pintar, que siempre alargaba el proceso por los tiempos de secado.

Además, llevábamos diez días seguidos sin incidentes, tras encontrar goteras en la torre este que, por otro lado, avanzaba también. Y como supervisar todo aquello, encargarme de los planos y la decoración y demás no me parecía suficiente trabajo, pedí al señor Forks que llamase a una cuadrilla de jardineros.

En ese momento, paseaba entre la maleza que estaba casi helada para dar órdenes. Quería que aquello estuviera despejado, cuanto menos limpio, antes de que empezase a caer la nieve. No quería que la mala hierba estropease la visión de la preciosa casa.

Señalé un lugar cerca de la casa por el que quería que hicieran un camino de piedra para llegar a la parte de atrás, dónde aún estaba pensando qué poner para atraer gente, cuando algo llamó mi atención. Fue solo un movimiento fugaz, por el rabillo del ojo, quizá porque de forma inconsciente estaba vigilando la torre oeste. William se había asomado y tenía los brazos apoyados en la barandilla. Llevaba una sudadera con capucha y parecía serio.

En realidad, no habíamos hablado de nada personal en esas dos semanas. Pese a que habíamos compartido mucho tiempo, nos habíamos limitado a las cosas de trabajo. Yo tenía mil preguntas que hacerle, claro, pero no quería incomodarle. Sentía que su vida ya era difícil allí encerrado. Debía sentirse tan solo... Y a la vez no tenía forma de remediarlo. Y yo quería ayudarle a salir de las sombras.

—¿Aysha? —La voz de Gerald a mi espalda me hizo girarme—. Tienes que ver esto.

Eché un vistazo a mi espalda, pero William ya había desaparecido del balcón. Le hice un gesto a Gerald, pedí a los jardineros que empezasen y seguí al capataz dentro de la casa. Me guio hasta la torre este, dónde estaban dividiendo la habitación para construir los vestuarios.

—Creo que esto provocaba la humedad —me dijo él, antes de tirar de un par de ladrillos.

Yo di un grito y me aparté cuando un esqueleto cayó justo a mis pies. Me tapé la boca y observé los huesos, con los ojos muy abiertos. Por suerte, no me costó reconocer los restos animales. Debían ser de un perro, no de una persona.

—¿Por qué? —pregunté.

—No lo sé, estaban emparedados. Este sitio está maldito...

Le miré mal, porque solo le faltó escupir y santiguarse.

—No digas tonterías, Gerald. Tiene un collar, era el perro de alguien. Debió morir, pero ¿por qué emparedarlo y no enterrarlo con todo el patio que hay?

—No creo que estuviera muerto cuando lo emparedaron, señorita Hill —me dijo uno de los obreros, que tenía un ladrillo lleno de arañazos en la mano.

—Dios mío.

Volví a cubrirme la cara con las manos y las lágrimas me escurrieron sin pretenderlo. Quizá porque yo había crecido entre animales y no entendía cómo alguien podía hacerle algo tan cruel a un pobre perro. Me arrodillé al lado de los restos y le quité el collar con suavidad.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora