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—Me gusta esta tradición nueva —aseguró Will, besándome el cuello, aunque aprovechó mi distracción para sujetar mi mano y llevarse el resto de mi galleta.

—¡Eh! —me quejé divertida, pero cogí otra galleta y me apoyé mejor en él.

Estábamos sentados en mi cama. Él llevaba aún los pantalones del traje. Yo llevaba solo su camisa. Había pasado un brazo tras mis hombros para que pudiera apoyarme parcialmente en su pecho desnudo y él tenía la espalda apoyada en el cabecero de madera.

—Están muy buenas, no es culpa mía —se disculpó.

—Un poco si lo es, eres muy buen pinche.

Después de hacer el amor sobre la encimera aún nos quedaban energías para hacer las galletas, así que las hicimos juntos. Y Will había resultado ser muy obediente en la cocina, aunque había aprovechado cada oportunidad para rozarme con su cuerpo, apoyar su pecho en mi espalda o mordisquear cualquier pedazo de mi piel que quedase a su alcance.

—Creo que es el mejor día de Navidad de toda mi vida, Aysha —murmuró, muy cerca de mi oído, haciendo que me estremeciese—. Los últimos cinco años ni siquiera sabía en qué día vivía. Pero no solo me has dado ganas de salir de mi habitación, también me has dado un motivo para hacerlo.

—¿Las galletas? —bromeé, con la boca seca, pero me giré sobre él.

Will se rio, pero sujetó mi culo y me sentó sobre sus piernas para poder mirarme fijamente con esos ojazos azules que yo conocía tan bien y que me volvían loca. Pensé que me iba a meter mano otra vez, pero no lo hizo. En realidad, mantuvo sus manos sobre mi culo muy quietas. Y yo tuve que sujetarme a su pecho, claro, para no caerme...

—No, tú. Haces que quiera ser mejor. Me liberas.

—No es verdad, yo solo he abierto la puerta de la jaula, tú eres el que tiene que encontrar la forma de salir y el motivo.

—Ya lo he hecho —murmuró, antes de besarme.

A mí se me aceleró el corazón tanto que temí que lo sintiese cuando me pegó contra su pecho. ¿Aquello era una declaración de amor? ¿Era lo que yo quería? Ni siquiera sabía que pasaría con nosotros cuando acabase la obra... Y no soportaba más no saberlo.

—Will. —Rompí el beso con suavidad, para mirarle de nuevo.

—¿Qué pasa? —dudó, acariciando mi mejilla solo con una mano.

—Eso quiero saber. —Tragué saliva con dificultad—. ¿Qué pasará con nosotros cuando acabe la obra?

—Sabes que puedes quedarte.

Me separé un poco más de él, que no me lo impidió. ¿Podía quedarme? Definitivamente aquello no era una declaración de amor. Pero ¿qué esperaba? Él no podía salir de allí, así que no teníamos más opciones.

—No puedo dejar a mi padre solo —le recordé.

—Pues son tablas técnicas —bromeó un poco, pero a mí se me había pasado el buen humor.

—Supongo que sí.

Me quité de encima de él y me tumbé a su lado, dejando el cuenco de galletas sobre la mesilla. William suspiró un poco y yo tuve que morderme el labio para que no me temblase.

—Si sirve de algo, yo quiero que te quedes, Aysha.

—Ya, me imagino —murmuré.

Él quería que me quedase para no estar solo, supuse, no porque sintiera nada más. Y tampoco estaba segura de que eso fuera a cambiar algo. Mi padre me necesitaba. Yo no podía darle la espalda, así que, aunque quisiera, no podía quedarme en la fantástica mansión Millerfort.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora